La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

martes, noviembre 15, 2005

Regreso a las aulas

Nunca me ha gustado ir a clase. Siempre me ha gustado aprender pero el proceso rutinario de las clases presenciales me superaba. Mis compañeros de aula me parecían estúpidos integrales y no soportaba la rivalidad con los profesores.
Llegué a la escuela con la habilidad de leer y escribir ya adquirida y con algunos conocimientos que superaban a la mayoría de mis compañeros de pupitre. Me aburría terriblemente en aquellas tardes eternas de tiza y lápices de colores. Me resultaba una tortura ver lo difícil que les resultaba a los estudiantes aprender a base de explicaciones repetidas una y otra vez cuando yo había comprendido la materia a la primera y, el hecho de ser capaz de memorizar los datos con apenas un par de lecturas, pronto hicieron que las clases se convirtieran en una pérdida de tiempo que me sacaba de quicio. Entonces empecé a buscar el conocimiento en otras fuentes, a leer otro tipo de libros, a escuchar a los mayores cuando hablaban entre sí pensando que nadie les escuchaba, a interesarme por cosas que incluso a muchos adultos les resultaban complicadas. Los profesores empezaron a tacharme de rebelde y complicada, de desobediente y perezosa, excepto el par de inspirados que les dio por recomendar a mi familia que me buscasen un colegio especial en el que se diera cumplida atención a mis peculiaridades. Las monjitas decían que tenía un don y que era pecado no aprovecharlo al máximo. Las profesoras pensaban que yo era una maldición, un mal ejemplo que incitaba a la rebelión en las aulas.
Evidentemente ( y algunos de vosotros, como Kurai Neko, Efraín o mi loca favorita, bien saben de lo que hablo), eso supuso un claro distanciamiento con mis compañeros. Era una niña rara y el hecho de que los adultos me tratasen de un modo diferente también hizo que los niños me tratasen como a un bicho raro. Por eso me empeñé en ser la más normal del mundo y en hacer todo lo que el resto hacían del modo más normal y corriente posible. Pero eso nunca funcionó y el único modo de llevarlo a cabo fue a través de un sofisticado plan de disociación. Lo que viene a ser lo mismo, una doble vida. Pero mi visión de la vida siempre ha sido de bicho raro y, como las moscas, mis ojos se dividían y así también mi visión y lo que yo era y lo que era capaz de mostrar.
Me dividí en tantas partes como las caras de un cubo, como las hojas de un libro, como los copos de nieve... Podía bajar mi registro y fingir ser una rubia boba para contentar a los chicos mientras que sacaba material del fondo de mis lecturas para impresionar a las profesoras de lengua con mi extenso y documentado vocabulario. Podía competir y hacer deporte como si mi cuerpo me importase más que nada en el mundo y destrozarlo entregándome a una vida de excesos y de libertinaje totalmente insalubre. Había tantas "yo" que ya no sabía quién era yo realmente...
Siempre me he considerado autodidacta. La vida me ha enseñado mucho más que ninguno de mis maestros. Una de las lecciones que considero más valiosas es que siempre tienes que ser tú mismo, a pesar de todo. Tratar de ser como los demás quieren que seas siempre es un error porque cada uno tiene una visión diferente de lo que eres y de cómo deberías de ser y es imposible contentar a todo el mundo. Ser uno mismo no es fácil y tampoco es gratis, pero si eres capaz de sobrevivir a las consecuencias de serlo, se acaba convirtiendo en la única opción.
De todos modos, siempre me ha hecho sentir mal no haber acabado los estudios y me auto-engaño en la idea de que es un proyecto pendiente cuando, en el fondo, tengo bastante claro que no me siento en absoluto motivada para volver a pasar por ello. La vida ya me somete a bastantes pruebas como para someterme a exámenes de forma voluntaria.
Como parte de ese proceso, traté de matricularme de nuevo este año pero de forma inconsciente esperé hasta el último día, o sea hoy, para hacerlo. Y como es natural, se me ha pasado la fecha. Luego he intentado matricularme online pero el sistema daba a mis datos una constante señal de error. Supongo que otra vez los astros se alían para indicarme que ese no es mi camino.
La que me mira desde el espejo está consultando una enciclopedia.

Quod me nutrit me destruit

Angelina Jolie se está moderando, aunque se hizo famosa cuando iba de rebelde. Todos los hijos de estrellas de Hollywood que se han convertido a su vez en estrellas han seguido un camino parecido, Jane Fonda, Drew Barrymore, Jamie Lee Curtis, Carrie Fisher, Liza Minelli, Michael Douglas... Angelina parece que se ha vuelto una buena chica y ya nunca menciona lo de coleccionar cuchillos, o liarse con chicas malas, o hacerse cortes sólo porque le fascina su propia sangre. Incluso se quitó el tatuaje que se hizo para declararse a su ex-marido. Pero otros le van a seguir durante mucho tiempo. En su vientre aparece escrito "lo que me nutre me destruye" en latín. Teniendo en cuenta que es americana es todo un logro que no lo haya escrito en inglés.
Ayer tuve un ataque de indigestión que me ha durado hasta hoy. Más de treinta horas retorciéndome como un gusano en un anzuelo, tratando de recordar qué diablos he comido que me haya podido sentar tan mal y jurando que me voy a pasar una semana a base de líquidos. Con una sobredosis de Omeprazol y Primperan no he sido capaz de evitar el dolor ni las nauseas, no he podido dormir y tampoco he comido nada. Ahora que remite me atrevo con un poco de pescado pero sin excesos.
Precisamente eso, los excesos, me han llevado hasta aquí. Digamos que no tengo una dieta muy equilibrada y no porque como grandes cantidades sino por la ausencia total de orden de horarios ni de variedad de alimentos en ella. Puedo estar tres días a base de leche y en dos días comerme la dosis de carne de toda la semana. No suelo comer pan y soy una adicta a los lácteos. Verduras y vísceras jamás serán vistas en mi plato. Legumbres y hortalizas son simples visitantes ocasionales. La pasta me da pereza prepararla pero me obligo un par de veces por semana. Sólo como sopa cuando me siento enferma. La carne roja y la leche entera me dan dolor de estómago. Tengo alergia a la mostaza y a las nueces. No bebo café pero lo sustituyo por litros de Coca-cola que cubren mi dosis de cafeína que combate mi tensión baja. No suelo cocinar con sal pero sí con especies. La verdad es que casi nunca me tomo la molestia de preparar nada que tenga más de cinco ingredientes o que me ocupe más de cinco minutos en su elaboración a no ser que tenga invitados. No me gusta comer, no me gusta cocinar y se nota todos los días.
Mis otros excesos también son responsables de esto. Imagino que lo verdes del fin de semana y las letras mayúsculas y las comidas fuera de casa han colaborado en esto. Y cómo no, los nervios de las últimas semanas, que parece que últimamente se ceban en mis procesos digestivos. El stress y la ansiedad o los procesos depresivos siempre han controlado mi apetito y me han provocado trastornos digestivos y alimentarios pero nunca de un modo tan intenso como en el último año. Será la edad, supongo...
La que me mira desde el espejo se está tomando una infusión digestiva.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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