El muro
Al pensar en un muro me viene a la cabeza la portada del disco "The Wall" de Pink Floyd. Me acuerdo del típico muro de ladrillos rojos de pared de barrio. Está el muro de las lamentaciones en Israel y también un muro en Ceuta que mantiene la frontera a raya. Se me llenan los ojos con imágenes de la caída del muro de Berlín. La gente de la calle, despedazando un muro que separaba Berlín Este y Berlín Oeste, ansiosos de libertad.
Pero el muro que hoy me ha llamado la atención no me recuerda a nada de eso. Es más bien como una reja, como una maraña de espinos. Nos informa oficialmente el Presidente de los Estados Unidos de América (los del norte), el señor George W. Bush (y digo señor por respeto al cargo que representa y a sus votantes democráticos, que no demócratas) de su decisión de construir un muro que separe su país de México.
La idea en apariencia es sencilla. Si poner un montón de miembros de la Guardia Nacional no sirve como medida intimidatoria para los inmigrantes ilegales, algo habrá que hacer para detenerlos. Claro, eso hace que el mundo entero se lleve las manos a la cabeza y le acuse de fascista. Lo que es evidente es que, en un país de más de doscientos cincuenta millones de habitantes, unos cuarenta millones de ellos son inmigrantes legales y además, tienen unos cuatro millones de ilegales. Y el número aumenta. Encima, luego se crecen y encima exigen y reivindican los mismos derechos que los ciudadanos legales. Y si se les intenta parar los pies se te acusa de racista o de xenófobo. Pero no se puede obviar que un inmigrante ilegal nunca es igual que un inmigrante legal, una persona que entra ilegalmente está cometiendo un delito y por tanto es un delincuente. Estamos en lo de siempre. Igual hacer una muralla no es la mejor manera de evitarlo porque entrarán por otro lado, pero está claro que la inmigración ilegal es un problema internacional que debemos frenar de un modo fulminante.
No se trata de prohibir que la gente emigre. La inmigración legal favorece el país receptor y hace crecer la economía. Pero los inmigrantes ilegales provocan el efecto contrario.
La que me mira desde el espejo, aunque con reservas, le envía un par de ladrillos a los Estados Unidos.
Pero el muro que hoy me ha llamado la atención no me recuerda a nada de eso. Es más bien como una reja, como una maraña de espinos. Nos informa oficialmente el Presidente de los Estados Unidos de América (los del norte), el señor George W. Bush (y digo señor por respeto al cargo que representa y a sus votantes democráticos, que no demócratas) de su decisión de construir un muro que separe su país de México.
La idea en apariencia es sencilla. Si poner un montón de miembros de la Guardia Nacional no sirve como medida intimidatoria para los inmigrantes ilegales, algo habrá que hacer para detenerlos. Claro, eso hace que el mundo entero se lleve las manos a la cabeza y le acuse de fascista. Lo que es evidente es que, en un país de más de doscientos cincuenta millones de habitantes, unos cuarenta millones de ellos son inmigrantes legales y además, tienen unos cuatro millones de ilegales. Y el número aumenta. Encima, luego se crecen y encima exigen y reivindican los mismos derechos que los ciudadanos legales. Y si se les intenta parar los pies se te acusa de racista o de xenófobo. Pero no se puede obviar que un inmigrante ilegal nunca es igual que un inmigrante legal, una persona que entra ilegalmente está cometiendo un delito y por tanto es un delincuente. Estamos en lo de siempre. Igual hacer una muralla no es la mejor manera de evitarlo porque entrarán por otro lado, pero está claro que la inmigración ilegal es un problema internacional que debemos frenar de un modo fulminante.
No se trata de prohibir que la gente emigre. La inmigración legal favorece el país receptor y hace crecer la economía. Pero los inmigrantes ilegales provocan el efecto contrario.
La que me mira desde el espejo, aunque con reservas, le envía un par de ladrillos a los Estados Unidos.
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