Queridísima Mamá:
Hay una película que protagoniza Faye Dunaway que me gusta. Se llama "Queridísima Mamá" y está basada en un libro homónimo que escribió la hija adoptiva de Joan Crawford. En el relata la tormentosa relación que tuvo con su madre. La famosa estrella de Hollywood adoptó a dos hijos a los que, según Christina, la mayor de ellos, maltrató física y psicológicamente durante años. Los manipulaba, los torturaba y les sometía a una disciplina tan estricta que podría competir con cualquier ejército. Les obligaba a llamarle en público "queridísima Mamá". A medida que se fueron convirtiendo en adultos, entre la hija y ella se estableció una fuerte competencia que les llevo a una auténtica guerra hasta que finalmente la madre murió, desheredando a sus hijos. Bueno, la Crawford es una de mis actrices favoritas y la obra se basa en el relato de su hija, así que, aunque fuera cierto, estamos en lo de siempre, no se puede dar por supuesto que los genios vayan a ser buenas personas porque sí. De genios del arte con personalidades "complicadas" y todo un catálogo de trastornos están las enciclopedias llenas. Desde Picasso a Dalí, de Van Gogh a Hemingway, de Gertrude Stein a Virginia Woolf, de Silvia Platt a Dorothy Parker, de Joan Crawford a Frances Farmer, de Michael Jackson a Elvis Presley...parece que la genialidad va asociada a una personalidad asocial y conflictiva.
Hay madres de todos tipos. Desde la abnegada madre-coraje que se dejaría matar por sus hijos hasta la que los abandona en un contenedor en cuanto nacen. Hay madres que lo son porque engendran hijos y otras porque los crían. La ciencia ha desbancado el mito del instinto maternal. Si bien es cierto que se producen ciertas sustancias en el cerebro de la madre en el momento del parto, lo cierto es que el mayor vínculo madre-hijo viene dado por condicionantes sociales.
Viniendo como vengo de un matriarcado, he tenido diversos ejemplos de maternidad en mi círculo más próximo. También las madres de mis amigos me han dado más de un botón de muestra.
Mis madres favoritas son las de Efraín y Fighter. Madres que además de engendrar han criado, educado, respetado y dado libertad a sus hijos sin dejar jamás de lado a ninguno de ellos. Cada una en su estilo, evidentemente, pero en el modo de comportarse de sus hijos se refleja claramente la educación que les han dado. Buen trabajo, chicas. Así deberían ser todas las madres.
Claro que también está la madre del Gusano Tosco, ex-drogadicta, alcohólica, dependiente, que ha educado a dos animales obligándoles a que le hagan de padres cuando ella no ha sabido ser madre. Una mujer que no ha sabido transmitir ningún tipo de educación moral ni cultura emocional o social a sus hijos. Así han salido. El pequeño, un niñato agresivo con tendencia a la delincuencia. El mayor, tan adicto a las sustancias y al alcohol como su madre, egoísta, agresivo, inmaduro, sin ningún tipo de respeto por las normas sociales de convivencia ni ningún tipo de respeto a la moral y la decencia. Muy mal, muy mal... A las madres así habría que esterilizarles.
Y estamos en lo de siempre, que cualquiera cree que porque tenga la posibilidad física de engendrar hijos ya tiene el derecho o la obligación de tenerlos. Luego, si el trabajo les viene grande, no importa, ya se encargará la sociedad al completo de solucionar los problemas que tú has creado. Como mi adorable madre que antes de que yo cumpliera los cinco años perdió sus derechos y me dejó en manos de la suya para que hiciera lo que ella no sabía ni podía hacer. Luego se queja de que no le haga regalos el día de la madre. Bueno, eso es para las que ejercen.
Estoy en esa edad en la que la mayoría de mis amigas ya se han reproducido o empiezan a hacerlo. Mi condición de bisexual siempre ha sido una buena excusa para retrasar mi turno, pero ya comienza la eterna ronda de gente que se plantea si no me ha llegado ya el momento de reproducirme. Bueno, hace casi diecinueve años que soy fértil y, tal como va la ciencia, posiblemente me queden todavía otros catorce. De todos modos nunca he querido tener hijos. No siento el deseo ni creo que quiera afrontar la responsabilidad. Parece que sea condición imprescindible para que una mujer se realice que tenga que tener hijos, por lo menos uno. Pero luego resulta que hay muchísimas mujeres que no desean tenerlos y acaban cediendo a la presión social. O las que se quedan embarazadas por accidente (por imprudencia, que a estas alturas nadie se queda embarazada si no quiere). O las que se sienten condicionadas por la supuesta realización femenina que ello implica. Y claro, esa minoría de vocacionales.
Luego pasa lo que pasa. Tener un hijo no es como tener una mascota. No basta con vestirlo y darle de comer. Te cambia la vida por completo. Te hace replantearte qué tipo de persona eres al tener que educarle en tus valores para que sea una persona adulta y responsable, buena gente e independiente. Todo son gastos, desde la ropa, la comida, la escuela, las vacaciones, los caprichos... Todo es energía, enseñarle a ser un alma de bien, que no mienta, que respete a los demás, que sea solidario, que sea fiel a sí mismo y leal a los suyos, que se haga responsable de sus actos y de sus obligaciones, que tenga palabra y que la cumpla, que se preocupe de los demás, que no deje que nadie se aproveche de él, que tenga corazón, que tenga cabeza, que tenga alma...
Si hicieran un examen de aptitud a todos los que van a tener hijos, a la mayoría de la gente les prohibirían tenerlos.
Yo entro dentro de la categoría oficial de malas madres. Por más que mucha gente me haya dicho que se me daría bien, basándose en mi concepto de la moral y en el modo en el que cuido de aquellos a los que quiero. Sin embargo, mis constantes cambios de humor, mi desprecio por la falta de inteligencia, mi perfeccionismo innato y lo poco que me gustan los niños contribuirían a que yo educara pequeños neuróticos narcisistas. Supongo que mi única relación con los críos se quedará en el papel de tía. Al fin y al cabo, con mis sobrinos me llevo bien. Sólo tengo dos, un niño de seis años y una niña de ocho. Realmente he pasado más tiempo con la mayor que con el pequeño. No se me da tan mal. Me obedece, se divierte conmigo y creo que alguna que otra cosa le he enseñado. Y sabe que le tengo prometido un solitario chino para cuando vuelva a ir a Barcelona.
Pero un hijo sería otra cosa. No sería capaz de afrontar la rivalidad madre-hija. No me apetecería nada enfrentarme a la frustración de que no cumpliera con mis expectativas. ¿Y si me canso antes de que se convierta en adulto? ¿Y si no consigo ser económicamente independiente como para poder pagarle unos estudios que le garanticen un futuro? ¿Y si yo no le gusto?
Yo he renunciado a mis padres. Pasé la mayor parte de mi infancia en un internado. No he pasado por las típicas experiencias madre-hija. No he tenido consejos sobre amor y sexo, ni sobre ropa, ni sobre el futuro. No he tenido el apoyo ni el consuelo. Me han cuidado y se han preocupado más de mí las madres de los demás que la mía. Y a pesar de todo, ahí vamos.
Peor es al que le toca la madre manipuladora, la que abandona al nacer, la que maltrata física o psicológicamente, la que maleduca, la que se comporta como una hija con sus hijos, la que compite.
A todas se supone que se debería felicitar hoy. Yo no lo haré con la mía, aunque sí que he llamado a Mamma Rosa y a la madre de Efraín.
A la madre del Gusano Tosco me he quedado con las ganas de enviarle una botellita de Jack Daniels. Seguro que ella sí sabría apreciar este detalle.
La que me mira desde el espejo sabe que con nosotras se acaba nuestro linaje. Cuando algo ya es bueno, es absurdo sacar nuevas versiones.
Hay madres de todos tipos. Desde la abnegada madre-coraje que se dejaría matar por sus hijos hasta la que los abandona en un contenedor en cuanto nacen. Hay madres que lo son porque engendran hijos y otras porque los crían. La ciencia ha desbancado el mito del instinto maternal. Si bien es cierto que se producen ciertas sustancias en el cerebro de la madre en el momento del parto, lo cierto es que el mayor vínculo madre-hijo viene dado por condicionantes sociales.
Viniendo como vengo de un matriarcado, he tenido diversos ejemplos de maternidad en mi círculo más próximo. También las madres de mis amigos me han dado más de un botón de muestra.
Mis madres favoritas son las de Efraín y Fighter. Madres que además de engendrar han criado, educado, respetado y dado libertad a sus hijos sin dejar jamás de lado a ninguno de ellos. Cada una en su estilo, evidentemente, pero en el modo de comportarse de sus hijos se refleja claramente la educación que les han dado. Buen trabajo, chicas. Así deberían ser todas las madres.
Claro que también está la madre del Gusano Tosco, ex-drogadicta, alcohólica, dependiente, que ha educado a dos animales obligándoles a que le hagan de padres cuando ella no ha sabido ser madre. Una mujer que no ha sabido transmitir ningún tipo de educación moral ni cultura emocional o social a sus hijos. Así han salido. El pequeño, un niñato agresivo con tendencia a la delincuencia. El mayor, tan adicto a las sustancias y al alcohol como su madre, egoísta, agresivo, inmaduro, sin ningún tipo de respeto por las normas sociales de convivencia ni ningún tipo de respeto a la moral y la decencia. Muy mal, muy mal... A las madres así habría que esterilizarles.
Y estamos en lo de siempre, que cualquiera cree que porque tenga la posibilidad física de engendrar hijos ya tiene el derecho o la obligación de tenerlos. Luego, si el trabajo les viene grande, no importa, ya se encargará la sociedad al completo de solucionar los problemas que tú has creado. Como mi adorable madre que antes de que yo cumpliera los cinco años perdió sus derechos y me dejó en manos de la suya para que hiciera lo que ella no sabía ni podía hacer. Luego se queja de que no le haga regalos el día de la madre. Bueno, eso es para las que ejercen.
Estoy en esa edad en la que la mayoría de mis amigas ya se han reproducido o empiezan a hacerlo. Mi condición de bisexual siempre ha sido una buena excusa para retrasar mi turno, pero ya comienza la eterna ronda de gente que se plantea si no me ha llegado ya el momento de reproducirme. Bueno, hace casi diecinueve años que soy fértil y, tal como va la ciencia, posiblemente me queden todavía otros catorce. De todos modos nunca he querido tener hijos. No siento el deseo ni creo que quiera afrontar la responsabilidad. Parece que sea condición imprescindible para que una mujer se realice que tenga que tener hijos, por lo menos uno. Pero luego resulta que hay muchísimas mujeres que no desean tenerlos y acaban cediendo a la presión social. O las que se quedan embarazadas por accidente (por imprudencia, que a estas alturas nadie se queda embarazada si no quiere). O las que se sienten condicionadas por la supuesta realización femenina que ello implica. Y claro, esa minoría de vocacionales.
Luego pasa lo que pasa. Tener un hijo no es como tener una mascota. No basta con vestirlo y darle de comer. Te cambia la vida por completo. Te hace replantearte qué tipo de persona eres al tener que educarle en tus valores para que sea una persona adulta y responsable, buena gente e independiente. Todo son gastos, desde la ropa, la comida, la escuela, las vacaciones, los caprichos... Todo es energía, enseñarle a ser un alma de bien, que no mienta, que respete a los demás, que sea solidario, que sea fiel a sí mismo y leal a los suyos, que se haga responsable de sus actos y de sus obligaciones, que tenga palabra y que la cumpla, que se preocupe de los demás, que no deje que nadie se aproveche de él, que tenga corazón, que tenga cabeza, que tenga alma...
Si hicieran un examen de aptitud a todos los que van a tener hijos, a la mayoría de la gente les prohibirían tenerlos.
Yo entro dentro de la categoría oficial de malas madres. Por más que mucha gente me haya dicho que se me daría bien, basándose en mi concepto de la moral y en el modo en el que cuido de aquellos a los que quiero. Sin embargo, mis constantes cambios de humor, mi desprecio por la falta de inteligencia, mi perfeccionismo innato y lo poco que me gustan los niños contribuirían a que yo educara pequeños neuróticos narcisistas. Supongo que mi única relación con los críos se quedará en el papel de tía. Al fin y al cabo, con mis sobrinos me llevo bien. Sólo tengo dos, un niño de seis años y una niña de ocho. Realmente he pasado más tiempo con la mayor que con el pequeño. No se me da tan mal. Me obedece, se divierte conmigo y creo que alguna que otra cosa le he enseñado. Y sabe que le tengo prometido un solitario chino para cuando vuelva a ir a Barcelona.
Pero un hijo sería otra cosa. No sería capaz de afrontar la rivalidad madre-hija. No me apetecería nada enfrentarme a la frustración de que no cumpliera con mis expectativas. ¿Y si me canso antes de que se convierta en adulto? ¿Y si no consigo ser económicamente independiente como para poder pagarle unos estudios que le garanticen un futuro? ¿Y si yo no le gusto?
Yo he renunciado a mis padres. Pasé la mayor parte de mi infancia en un internado. No he pasado por las típicas experiencias madre-hija. No he tenido consejos sobre amor y sexo, ni sobre ropa, ni sobre el futuro. No he tenido el apoyo ni el consuelo. Me han cuidado y se han preocupado más de mí las madres de los demás que la mía. Y a pesar de todo, ahí vamos.
Peor es al que le toca la madre manipuladora, la que abandona al nacer, la que maltrata física o psicológicamente, la que maleduca, la que se comporta como una hija con sus hijos, la que compite.
A todas se supone que se debería felicitar hoy. Yo no lo haré con la mía, aunque sí que he llamado a Mamma Rosa y a la madre de Efraín.
A la madre del Gusano Tosco me he quedado con las ganas de enviarle una botellita de Jack Daniels. Seguro que ella sí sabría apreciar este detalle.
La que me mira desde el espejo sabe que con nosotras se acaba nuestro linaje. Cuando algo ya es bueno, es absurdo sacar nuevas versiones.
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