El día de los trabajadores
Hoy es el día de los trabajadores y se supone que es festivo. Digo se supone porque hay mucha gente que trabaja hoy. Yo no, claro, porque sigo sin encontrar trabajo.
Hace menos de un mes fue el día de la mujer trabajadora y ahora toca así, en general, para todos los que trabajan.
España es el quinto país con menor productividad por trabajador de la Unión Europea. Pero nuestro horario laboral es el más largo de Europa. La media es de once horas más al mes y, a pesar de ello, los salarios españoles están un 25% por debajo de la media europea. Trabajamos hasta casi la noche, prácticamente todo el día y los turnos partidos crean paréntesis de hasta tres horas. Si a eso se le suma la congestión del tráfico, la falta de flexibilidad de los horarios y la amplitud de los horarios comerciales, nos encontramos con el dato de que los españoles pasan más tiempo dedicados al trabajo que otros europeos, o yendo hacia el trabajo.
Claro, así no hay tiempo ni para el ocio ni para el descanso y mucho menos para favorecer relaciones de comunicación sana en las familias. Sin tiempo para dormir ni para relacionarse con los demás se reduce la productividad y nos convertimos en líderes europeos en los accidentes domésticos, laborales y de tráfico.
Hay una Comisión Nacional de Horarios que ha iniciado una campaña para que se racionalicen los horarios laborales, se reduzcan las pausas de la comida y se pueda fializar la jornada entre las cinco y las seis de la tarde, un horario mucho más europeo.
Es el día de los trabajadores y yo no tengo trabajo. De todos modos yo he trabajado desde los dieciseis años. Si incluímos las clases particulares y los canguros que hacía antes, desde los trece. He pasado por toda la gama de trabajos, desde el trabajo en oficina, limpio y cara a un ordenador, hasta el de taller sucio de destrozarse la espalda y mancharse las manos. He usado mi cuerpo y mi mente y muchas veces he tenido que alquilar (que no vender) mi alma. He pasado por trabajos de princesa, muy bien pagados, hasta la esclavitud del salario mínimo. He trabajado en jornada matutina, vespertina, completa, partida, intensiva y nocturna. He hecho todas las horas extras del mundo. He llevado ridículos uniformes. He puesto en peligro mi salud física y mental. He sido víctima del stress, de la ansiedad, del mobbing y de la desesperanza. He comprobado por mí misma los efectos de la meritocracia.
Ahora puedo ver como el desorden de horarios esclavistas y los salarios de miseria acabarán reabsorbiéndome. A cambio de un sueldo ínfimo acabaré aceptando un trabajo humillante, con insoportables compañeros de trabajo, en un horario tan amplio que no me deje tiempo para descansar ni para disfrutar de mi vida, cobraré una cantidad apenas perceptible que me mantendrá siempre en el mismo nivel de supervivencia. Y encima tendré que besar el culo de quien me de esa oportunidad de reintegrarme en el mundo laboral, aún cuando piense que me explota...
La que me mira desde el espejo ya piensa en la jubilación.
Hace menos de un mes fue el día de la mujer trabajadora y ahora toca así, en general, para todos los que trabajan.
España es el quinto país con menor productividad por trabajador de la Unión Europea. Pero nuestro horario laboral es el más largo de Europa. La media es de once horas más al mes y, a pesar de ello, los salarios españoles están un 25% por debajo de la media europea. Trabajamos hasta casi la noche, prácticamente todo el día y los turnos partidos crean paréntesis de hasta tres horas. Si a eso se le suma la congestión del tráfico, la falta de flexibilidad de los horarios y la amplitud de los horarios comerciales, nos encontramos con el dato de que los españoles pasan más tiempo dedicados al trabajo que otros europeos, o yendo hacia el trabajo.
Claro, así no hay tiempo ni para el ocio ni para el descanso y mucho menos para favorecer relaciones de comunicación sana en las familias. Sin tiempo para dormir ni para relacionarse con los demás se reduce la productividad y nos convertimos en líderes europeos en los accidentes domésticos, laborales y de tráfico.
Hay una Comisión Nacional de Horarios que ha iniciado una campaña para que se racionalicen los horarios laborales, se reduzcan las pausas de la comida y se pueda fializar la jornada entre las cinco y las seis de la tarde, un horario mucho más europeo.
Es el día de los trabajadores y yo no tengo trabajo. De todos modos yo he trabajado desde los dieciseis años. Si incluímos las clases particulares y los canguros que hacía antes, desde los trece. He pasado por toda la gama de trabajos, desde el trabajo en oficina, limpio y cara a un ordenador, hasta el de taller sucio de destrozarse la espalda y mancharse las manos. He usado mi cuerpo y mi mente y muchas veces he tenido que alquilar (que no vender) mi alma. He pasado por trabajos de princesa, muy bien pagados, hasta la esclavitud del salario mínimo. He trabajado en jornada matutina, vespertina, completa, partida, intensiva y nocturna. He hecho todas las horas extras del mundo. He llevado ridículos uniformes. He puesto en peligro mi salud física y mental. He sido víctima del stress, de la ansiedad, del mobbing y de la desesperanza. He comprobado por mí misma los efectos de la meritocracia.
Ahora puedo ver como el desorden de horarios esclavistas y los salarios de miseria acabarán reabsorbiéndome. A cambio de un sueldo ínfimo acabaré aceptando un trabajo humillante, con insoportables compañeros de trabajo, en un horario tan amplio que no me deje tiempo para descansar ni para disfrutar de mi vida, cobraré una cantidad apenas perceptible que me mantendrá siempre en el mismo nivel de supervivencia. Y encima tendré que besar el culo de quien me de esa oportunidad de reintegrarme en el mundo laboral, aún cuando piense que me explota...
La que me mira desde el espejo ya piensa en la jubilación.
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