Al que madruga, Dios le ayuda
Suelo defender los refranes como leyes de la sabiduría popular. Pero dudo mucho que si Dios existe, cosa que dudo, me vaya a ayudar por levantarme temprano. De hecho, una de mis vecinas me ha dicho que si al que madruga Dios le ayuda, uno que madrugó una cartera se encontró pero que más madrugó el que la perdió. Además, sólo madrugan de un modo bestial, los muertos de hambre con trabajos despreciables y los excéntricos del Sol.
En los trabajos que más me han respetado y más he cobrado nunca me han hecho madrugar. Cuando he tenido que levantarme temprano siempre me han tratado como a una esclava. En la escuela aprovechaba mucho más las clases vespertinas que las que seguían al desayuno.
Claro, yo soy una persona nocturna y mi hora de rendimiento máximo esta muy lejos de las ocho de la mañana. Como ocho, diez o doce horas lejos de las ocho de la mañana. Sin comentar mi fotofobia crónica que hace que el Sol de la mañana me recuerde a las torturas medievales. Cuando me despierto necesito un par de horas de adaptación antes de empezar la rutina matinal. Eso es bastante difícil cuando madrugas.
El mundo de la mañana suele ser gemelo de las prisas, de la mala distribución del tiempo, del uso abusivo de las horas extras, de los gritos y el stress, de la ansiedad y de la ineficacia laboral.
Esta mañana he tenido que madrugar para ir a la escuela de fracasados. Sin mencionar lo que me disgusta tener que hacerlo, el hecho de que tenga que ser por la mañana y temprano, sólo consigue que el sueño haga que mi rendimiento baje, que mi humor se oscurezca, que desaparezca todo rastro de sociabilidad y que, una vez finalizada la obligación de estar allí, caiga en un profundo sopor que no me sirve de descanso. Desbaratar mi ciclo circadiano sólo consigue que, aún durmiendo más horas, descanse mucho menos. Y aunque todas mis actividades obligatorias concluyan a las tres de la tarde, todo el tiempo libre durante la tarde es tiempo perdido y por la noche el agotamiento me hace dormir en las horas de mayor actividad cerebral. No tiene que ser bueno.
La que me mira desde el espejo está poniendo el despertador.
En los trabajos que más me han respetado y más he cobrado nunca me han hecho madrugar. Cuando he tenido que levantarme temprano siempre me han tratado como a una esclava. En la escuela aprovechaba mucho más las clases vespertinas que las que seguían al desayuno.
Claro, yo soy una persona nocturna y mi hora de rendimiento máximo esta muy lejos de las ocho de la mañana. Como ocho, diez o doce horas lejos de las ocho de la mañana. Sin comentar mi fotofobia crónica que hace que el Sol de la mañana me recuerde a las torturas medievales. Cuando me despierto necesito un par de horas de adaptación antes de empezar la rutina matinal. Eso es bastante difícil cuando madrugas.
El mundo de la mañana suele ser gemelo de las prisas, de la mala distribución del tiempo, del uso abusivo de las horas extras, de los gritos y el stress, de la ansiedad y de la ineficacia laboral.
Esta mañana he tenido que madrugar para ir a la escuela de fracasados. Sin mencionar lo que me disgusta tener que hacerlo, el hecho de que tenga que ser por la mañana y temprano, sólo consigue que el sueño haga que mi rendimiento baje, que mi humor se oscurezca, que desaparezca todo rastro de sociabilidad y que, una vez finalizada la obligación de estar allí, caiga en un profundo sopor que no me sirve de descanso. Desbaratar mi ciclo circadiano sólo consigue que, aún durmiendo más horas, descanse mucho menos. Y aunque todas mis actividades obligatorias concluyan a las tres de la tarde, todo el tiempo libre durante la tarde es tiempo perdido y por la noche el agotamiento me hace dormir en las horas de mayor actividad cerebral. No tiene que ser bueno.
La que me mira desde el espejo está poniendo el despertador.
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