Madriz
Madrid celebra su día. La capital de la nación compite en fobias irracionales con Andalucía en mi corazón por motivos muy diferentes. Quizás lo único en común es ese concepto de España que aliena mi cultura valenciana.
En unas declaraciones referidas a las distintas identidades nacionales dentro del país, en un momento en que vascos, catalanes, gallegos, andaluces, castellanos y gente de las islas reivíndican su diferencia, Esperanza Aguirre, presidente de la Comunidad de Madrid, decía que la identidad de Madrid consiste en no tener identidad, es decir, en ser puramente español. Bueno, siendo la capital de la nación, es totalmente previsible. ¿O lo dice por la cantidad de extranjeros que viven allí? Si hay algo que siempre me ha parecido característico en mis viajes a Madrid era la ausencia total de madrileños reales. Peor que Naciones Unidas. Gente de todas partes del mundo se apiña en una ciudad de seis millones de forasteros. Pero lejos de integrar a gente de diversos lugares que intercambian sus culturas en beneficio de la cultura común y la convivencia como en Barcelona, en Madrid todo el mundo odia a todo el mundo. La gente es desagradable y hostil y hablan de un modo arrogante. Nadie te mira a los ojos, nadie sonríe por la calle. Es una ciudad gris y turbia, con pequeñas sorpresas positivas de vez en cuando pero generalmente deprimente. Tiene museos y palacios y jardines y bibliotecas... y la gente lleva la boina a rosca. Hay tanta gente de diferentes lugares que destrozan la lengua si se toman la molestia de hablar la lengua oficial. Todos hacen apología de lo mucho que les gusta su lugar de origen pero se refugian en una ciudad-prisión.
Y de repente entiendo a Sabina, a Antonio Flores y a toos los que han escrito canciones contando las historias de Madrid y se que ese nunca será mi Youcalí.
No me gusta Madrid, no me gustan los madrileños. Claro que tampoco es una ley divina. Todo lo que se dice con determinación está expuesto a las modificaciones y todas las reglas tienen sus excepciones.
Cada vez que he ido a Madrid ha sido a fugarme o en busca de algo inalcanzable. Siempre he estado de fiesta allí y jamás se han cumplido ninguna de mis expectativas. Madrid nunca me ha hecho sentir bienvenida y el mejor momento siempre ha sido cuando abandonaba la ciudad. En Madrid conocí a Nus. En Madrid me desenamoré de mi Peregrina. En Madrid he tropezado en diversas situaciones vergonzosas con personajes famosos de todo tipo. En Madrid me sentí por primera vez definitivamente derrotada y empecé a rendirme. En Madrid morí la última vez.
He pasado un frío atroz bajo el granizo en la plaza Callao, al mediodía, mientras intentaba hablar por teléfono con mi gente que disfrutaba del Sol durante la mascletà. Me he ahogado a cuarenta y cinco grados de calor seco a las cuatro y media de la mañana, en un fin de semana del Orgullo, con la playa más cercana a cuatrocientos kilómetros.
He llorado en el aereopuerto y en un callejón de Malasaña. He hecho llorar en Chueca y en la Bajada de San Fernando acabé gritando por la calle. En Cuatro Caminos me rodeaba de estudiantes que me hacían sentir idiota con su ignorante arrogancia. He buscado mi cerebro en los museos y mi identidad en las banderas. Me he perdido en el metro mientras me torturaban los músicos callejeros a los que ignoraba, excepto al tipo del acordeón que tocaba canciones de Edith Piaf, y he recorrido las noches por calles infinitas buscando salidas a todos mis infiernos...
Con gente y a solas, con los guantes de boxeo y las cadenas, con la pluma y el block de notas, con las gafas de Sol y el collar de perra, con los ojos cerrados y la sonrisa de puta, con la minifalda y la chupa de rockera, ciega de alcohol y lujuria, enferma de melancolía, castigando a los que se atrevían a quererme, amando y odiando apasionadamente, echando monedas al lago del Retiro... Ya lo decían en los ochenta, "Madrid me mata" y cada vez que juro que Madrid es el infierno, sé que volveré a ir allí.
La que me mira desde el espejo me recuerda que Madrid es la capital de España sólo porque está en el centro de la península Ibérica, como el sumidero del lavabo, como el desagüe de una pila.
En unas declaraciones referidas a las distintas identidades nacionales dentro del país, en un momento en que vascos, catalanes, gallegos, andaluces, castellanos y gente de las islas reivíndican su diferencia, Esperanza Aguirre, presidente de la Comunidad de Madrid, decía que la identidad de Madrid consiste en no tener identidad, es decir, en ser puramente español. Bueno, siendo la capital de la nación, es totalmente previsible. ¿O lo dice por la cantidad de extranjeros que viven allí? Si hay algo que siempre me ha parecido característico en mis viajes a Madrid era la ausencia total de madrileños reales. Peor que Naciones Unidas. Gente de todas partes del mundo se apiña en una ciudad de seis millones de forasteros. Pero lejos de integrar a gente de diversos lugares que intercambian sus culturas en beneficio de la cultura común y la convivencia como en Barcelona, en Madrid todo el mundo odia a todo el mundo. La gente es desagradable y hostil y hablan de un modo arrogante. Nadie te mira a los ojos, nadie sonríe por la calle. Es una ciudad gris y turbia, con pequeñas sorpresas positivas de vez en cuando pero generalmente deprimente. Tiene museos y palacios y jardines y bibliotecas... y la gente lleva la boina a rosca. Hay tanta gente de diferentes lugares que destrozan la lengua si se toman la molestia de hablar la lengua oficial. Todos hacen apología de lo mucho que les gusta su lugar de origen pero se refugian en una ciudad-prisión.
Y de repente entiendo a Sabina, a Antonio Flores y a toos los que han escrito canciones contando las historias de Madrid y se que ese nunca será mi Youcalí.
No me gusta Madrid, no me gustan los madrileños. Claro que tampoco es una ley divina. Todo lo que se dice con determinación está expuesto a las modificaciones y todas las reglas tienen sus excepciones.
Cada vez que he ido a Madrid ha sido a fugarme o en busca de algo inalcanzable. Siempre he estado de fiesta allí y jamás se han cumplido ninguna de mis expectativas. Madrid nunca me ha hecho sentir bienvenida y el mejor momento siempre ha sido cuando abandonaba la ciudad. En Madrid conocí a Nus. En Madrid me desenamoré de mi Peregrina. En Madrid he tropezado en diversas situaciones vergonzosas con personajes famosos de todo tipo. En Madrid me sentí por primera vez definitivamente derrotada y empecé a rendirme. En Madrid morí la última vez.
He pasado un frío atroz bajo el granizo en la plaza Callao, al mediodía, mientras intentaba hablar por teléfono con mi gente que disfrutaba del Sol durante la mascletà. Me he ahogado a cuarenta y cinco grados de calor seco a las cuatro y media de la mañana, en un fin de semana del Orgullo, con la playa más cercana a cuatrocientos kilómetros.
He llorado en el aereopuerto y en un callejón de Malasaña. He hecho llorar en Chueca y en la Bajada de San Fernando acabé gritando por la calle. En Cuatro Caminos me rodeaba de estudiantes que me hacían sentir idiota con su ignorante arrogancia. He buscado mi cerebro en los museos y mi identidad en las banderas. Me he perdido en el metro mientras me torturaban los músicos callejeros a los que ignoraba, excepto al tipo del acordeón que tocaba canciones de Edith Piaf, y he recorrido las noches por calles infinitas buscando salidas a todos mis infiernos...
Con gente y a solas, con los guantes de boxeo y las cadenas, con la pluma y el block de notas, con las gafas de Sol y el collar de perra, con los ojos cerrados y la sonrisa de puta, con la minifalda y la chupa de rockera, ciega de alcohol y lujuria, enferma de melancolía, castigando a los que se atrevían a quererme, amando y odiando apasionadamente, echando monedas al lago del Retiro... Ya lo decían en los ochenta, "Madrid me mata" y cada vez que juro que Madrid es el infierno, sé que volveré a ir allí.
La que me mira desde el espejo me recuerda que Madrid es la capital de España sólo porque está en el centro de la península Ibérica, como el sumidero del lavabo, como el desagüe de una pila.
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