La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

miércoles, mayo 17, 2006

Comentario de texto

Por la mañana he tenido que hacer algo de papeleo y luego he estado dedicando un rato a tensar las cuerdas que soportan la base del asiento del sofá, así que por la tarde me apetecía hacer algo tranquilo y que no me exigiera ningún tipo de esfuerzo.
Marujita Pérez ha venido a recogerme y hemos caminado hasta la plaza de la Virgen. Cuando llega el buen tiempo me gusta ir allí a leer. Siempre hay un trajín constante de gente, incluso de noche. Durante todo el día se puede escuchar el murmullo de la fuente del Turia y se observa el revoloteo de las palomas. Los turistas se confunden con los devotos que se acercan a rezar a la Basílica de la Virgen de los Desamparados. Por la noche, los skaters y los patinadores hacen piruetas y vuelan sobre el suelo liso de la plaza.
Es un sitio muy agradable y tranquilo para pasar un rato y relajarse. En primavera por las tardes y en verano por las noches, en cuanto tengo un momento, meto un libro, un cuaderno, un par de bolígrafos, un montoncito de rotuladores, una botella de coca-cola, un sándwich o unas galletas y algo de música y me voy allí a perder tres o cuatro horas. Sin que nadie me moleste, tomando un poco de aire fresco, puedo leer, escribir y dibujar, con el teléfono desconectado, sin enchufes, sin agobios...
Me siento cerca de la fuente con Marujita abrazándome con las piernas. De repente me dice que ha visto a la Profe y a la Princesa. Yo no las he visto y cuando levanto la cabeza las veo alejarse, de espaldas, a más de veinte metros de nosotras. Marujita me dice que la Profe llevaba un collarín y que la Princesa llevaba un brazo en cabestrillo. Yo busco en la página de mi libro la línea en la que me había quedado leyendo. Marujita me dice que parecía que hablasen por teléfono y que para ser novias se les ve muy despegadas. Yo evito el comentario y sigo en mi párrafo, tratando de recordar qué son los asfódelos. Marujita me dice que no nos han visto, que si nos hubieran visto la Princesa se hubiera acercado a saludar. Ahí es cuando ya tuve que contestar. Le dije que lo dudaba mucho y ella no se lo creyó, pero yo estoy convencida de que, aunque me hubiera visto, no se habría acercado a saludarme. Le dije que yo no me alegraba de que estuvieran lesionadas pero que, dadas las circunstancias, tampoco me iba a echa a llorar.
Luego seguí leyendo en voz alta pero ya no me podía concentrar. Me preguntaba qué les podía haber pasado y lo que me pareció más lógico fue que se hubieran dado un susto con el coche. Me pasó por la cabeza un segundo mandarles un sms del tipo "Me he cruzado con vosotras y he visto que estabais lesionadas. Espero que no sea nada y que os mejoréis pronto" pero luego pensé que, si fuera al revés, a ellas les daría igual si yo me hubiera lastimado. Incluso creo que podrían alegrarse porque si yo estuviera lesionada se reducirían las posibilidades de cruzarse conmigo. Bueno, estoy segura de que su buen amigo, el Gusano Tosco, las llamará cada día para ver cómo están, les llevará en coche a hacer recados y al médico y se preocupará de cuidarles mucho. Para eso están los amigos, ¿no?
De todos modos, yo no soy así, y no me alegro de que lo puedan pasar mal y sé, porque me conozco, cómo reaccionaría yo si fuéramos amigas, porque yo se cómo me comporto con mis amigos, en lo bueno y en lo malo. Me da lástima que se hayan hecho daño pero tampoco voy a malgastar un céntimo en preocuparme por alguien que considera todas y cada una de mis acciones como despreciables, innecesarias o malévolas. Incluso mis buenas intenciones.
Me fastidia que tengan que ser así las cosas. Me da rabia que su sola presencia haya estropeado mi tarde de descanso.
La que me mira desde el espejo pasa de todo y busca algún libro adecuado en mi biblioteca personal.

¡Olé, olé!

La plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, cumple setenta y cinco años. Las asociaciones en defensa de los animales se llevan las manos a la cabeza y protestan escandalosamente.
A la Diva le encanta la fiesta taurina y cuando yo era pequeña me hacía acompañarle para ver los espectáculos. Se supone que, habiendo asistido desde mi más tierna infancia a las corridas de toros, yo debería de ser una fanática del arte del Cossío.
Cuando yo era una niña, recuerdo a la Diva, agitando el abanico, con la bota de vino y el bocadillo de tortilla de patatas o de jamón serrano, de fondo los pasodobles. Se reunía con un grupo de amigos, también aficionados, con los que comentaba cada pase, cada gesto, la calidad del toro, el arte del matador...
Uno de los amigos de la Diva acudía con su hijo, que tendría tres o cuatro años más que yo y que soñaba con ser torero. Yo me pasaba las dos horas que tardaban en matar a los seis toros leyendo y merendando.
Ya como adulta mis opiniones al respecto son contradictorias. Por un lado, me gusta mucho la tradición, el juego, la música, la ceremonia, los trajes, los rituales, la sangre, la muerte, el duelo... La batalla a muerte entre el hombre y la bestia, pura pasión. Pero por otro lado, el sufrimiento constante del animal, la innecesaria tortura...
Algunas ciudades empiezan a prohibir las corridas de toros y dejan de aplicar la excepción que la legislación sobre derechos de los animales hace respecto a estos actos pseudo culturales. Claro, entonces los que se revolucionan son los que se dedican a la fiesta nacional.
No se pondrán de acuerdo. No hay negociación posible cuando ninguno está dispuesto a ceder. Como siempre, las tradiciones y la evolución de los derechos se contradicen. Aunque no dejo de sentir lástima por los pobres animales, entiendo perfectamente que se está exagerando respeto a los derechos de los animales y a veces se olvida que los animales NO son seres humanos. Y aunque hay que protegerles y no se debe de hacer daño intencionada y gratuitamente a los animales, hay que empezar a distinguir los hechos, que no es lo mismo que un toro, con sufrimiento pero con honor, pierda la vida en una plaza de toros luchando contra un matador que un grupo de bestias arrojando a una cabra desde la torre de un campanario.
La que me mira desde el espejo le hace un pase de pecho a mis gatos con mis camisetas viejas, pero no les clava banderillas ni les hunde un estoque en la cruceta.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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