La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

viernes, agosto 26, 2005

Mi familia y otros animales

El jueves, a pesar del plantón del día de mi cumpleaños, fui a ver a mi madre. Me ha regalado un anillo y aproveché para poner la lavadora en su casa pues la mía, pobre, ha reventado y se sale el agua por la parte de atrás.
Eso me recuerda dos cosas. La primera, que no debo sobrecargar la lavadora con cosas como las botas o las almohadas o el gato... (no, el gato es mejor lavarlo a mano, queda más suave y esponjoso). La segunda, para qué sirven, a la larga los miembros de mi familia.
Para quien aún no lo sepa, mi familia es matriarcal y se compone de mi madre, la suya y las tres hermanas de mi madre que curiosamente, han tenido mayoritariamente hijas. Mujeres de carácter que han marcado mi vida y han influido profundamente en la mujer que soy hoy.
La rama paterna de mis genes era mayoritariamente masculina, mi padre tenia dos hermanos y una hermana, a los que apenas conozco puesto que todo mi vínculo con mi ascendencia paterna desapareció cuando tenía cinco o seis años.
Pienso si este tipo de cosas han podido influir en el hecho de que mis amigos mayoritariamente sean varones. No sé si como rechazo a la fuerte influencia femenina familiar o como búsqueda de una mención masculina.
El caso es que, por un motivo u otro, siempre me he llevado mejor con los hombres que con las mujeres. Tanto en la amistad como en las relaciones de pareja, ellos siempre me han aportado un punto de estabilidad y equilibrio que me ha costado encontrar en ellas. También es verdad que a veces, la simplicidad masculina choca con mi compleja personalidad poliédrica.
Otro factor curioso es mi gran parecido físico con mi padre (y en otras muchas cosas más también, según mi madre) y el cómo ello, de forma subconsciente haya podido afectar a mi familia materna y al trato que he recibido de ellos.
En casa de mi madre tuve que entrar en contacto con los tropecientos cachorros que han tenido sus perros, una colección infinita de bestias enanas ladradoras que me atacaban como las muñecas asesinas de "Barbarella" y una auténtica manada de gatos salvajes que aprovechaban mis ataques de sueño para saltar sobre mí.
Y me acordaba de mi Judas, pobre, y de lo gracioso que estaba cuando lo bañé el otro día, como un pequeño huerfanito de la calle. Tuve que lavarlo con mi champú porque el perfume del suyo me resulta insoportable. Desde entonces está en una agobiante fase de búsqueda de mimos que combina mal con mi estado de ánimo del fin de semana.
Me cansa tener mascota, me parece una responsabilidad innecesariamente buscada. Como la familia, supongo...

Mea culpa

Hoy tengo una bola de madera atravesada en la garganta. Tan grande que me ahoga y no me deja decir nada. Tan astillada que si intento sacarla me desgarra la faringe.
Hoy tengo las manos y los pies atados con una cuerda que no me deja moverme. Una maroma atada en un extremo a mí y en el otro a un ancla de transatlántico que me sumerge en el profundo mar oscuro, que me arrastra hacia el fondo donde no llega la luz.
Hoy tengo las palabras convertidas en piedras, tan frías que se rompen y lo rompen todo a su paso y se sumergen como un iceberg en mí, dejando ver apenas un pequeño pedazo de todo lo que quieren decir.
Hoy tengo los ojos iridiscentes, reflejo de la luz exterior que no llega hasta el fondo de mi alma, y se derriten como metal y abrasan con su incandescencia todas mis excusas.
Hoy tengo el espejo cubierto con un velo negro, para no ver mi reflejo, para no verme. Para que el espíritu que habita en él no venga a pedirme cuentas. Para que mi otra yo no salga y quede atrapada en la prisión de agua cubierta de seda que con su levedad tiene más peso que las murallas que me rodean.
Hoy tengo el muro que me rodea resquebrajado. Una grieta que se abrió al contacto de una lágrima, que cayó como lluvia en un día de Sol. Cada ladrillo se hace polvo al contacto con los otros mientras el cemento que los une se vuelve arena y se derrama como en una clepsidra sin fondo.
Hoy tengo la piel oscura como si me camuflara en este turbio rincón, como perro apaleado que se esconde de su amo, temeroso de la mano que le da de comer que tantas veces ha mordido.
Hoy el silencio me esta dejando sorda, lanzándome sus gritos como balas de cañón que me atraviesan el pecho y la cabeza hasta hacerme caer.
Hoy me escondo y me cubro la cabeza de ceniza.
No aprendo.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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