Mi familia y otros animales
El jueves, a pesar del plantón del día de mi cumpleaños, fui a ver a mi madre. Me ha regalado un anillo y aproveché para poner la lavadora en su casa pues la mía, pobre, ha reventado y se sale el agua por la parte de atrás.
Eso me recuerda dos cosas. La primera, que no debo sobrecargar la lavadora con cosas como las botas o las almohadas o el gato... (no, el gato es mejor lavarlo a mano, queda más suave y esponjoso). La segunda, para qué sirven, a la larga los miembros de mi familia.
Para quien aún no lo sepa, mi familia es matriarcal y se compone de mi madre, la suya y las tres hermanas de mi madre que curiosamente, han tenido mayoritariamente hijas. Mujeres de carácter que han marcado mi vida y han influido profundamente en la mujer que soy hoy.
La rama paterna de mis genes era mayoritariamente masculina, mi padre tenia dos hermanos y una hermana, a los que apenas conozco puesto que todo mi vínculo con mi ascendencia paterna desapareció cuando tenía cinco o seis años.
Pienso si este tipo de cosas han podido influir en el hecho de que mis amigos mayoritariamente sean varones. No sé si como rechazo a la fuerte influencia femenina familiar o como búsqueda de una mención masculina.
El caso es que, por un motivo u otro, siempre me he llevado mejor con los hombres que con las mujeres. Tanto en la amistad como en las relaciones de pareja, ellos siempre me han aportado un punto de estabilidad y equilibrio que me ha costado encontrar en ellas. También es verdad que a veces, la simplicidad masculina choca con mi compleja personalidad poliédrica.
Otro factor curioso es mi gran parecido físico con mi padre (y en otras muchas cosas más también, según mi madre) y el cómo ello, de forma subconsciente haya podido afectar a mi familia materna y al trato que he recibido de ellos.
En casa de mi madre tuve que entrar en contacto con los tropecientos cachorros que han tenido sus perros, una colección infinita de bestias enanas ladradoras que me atacaban como las muñecas asesinas de "Barbarella" y una auténtica manada de gatos salvajes que aprovechaban mis ataques de sueño para saltar sobre mí.
Y me acordaba de mi Judas, pobre, y de lo gracioso que estaba cuando lo bañé el otro día, como un pequeño huerfanito de la calle. Tuve que lavarlo con mi champú porque el perfume del suyo me resulta insoportable. Desde entonces está en una agobiante fase de búsqueda de mimos que combina mal con mi estado de ánimo del fin de semana.
Me cansa tener mascota, me parece una responsabilidad innecesariamente buscada. Como la familia, supongo...