La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

martes, junio 06, 2006

Teatro

Hay una pequeña conmoción en Madrid que ha sacado a las calles a actores y demás gente relacionada con el mundo de la interpretación para manifestar su público rechazo por la venta del teatro Albéniz. Sus anteriores propietarios lo han vendido para que en su lugar se edifique un centro comercial y, como limosna compensatoria cultural aseguran que se dejará una parte como local para representaciones. Los que ya han vivido la venta de otros teatros bajo pactos similares saben que, a la hora de la verdad, estos pactos caen en el olvido y los locales comerciales ocupan la totalidad del espacio arrebatado a la cultura.
Cada vez más desaparecen los teatros, las salas de conciertos, el respeto por el arte. Las salas de cine exhiben peores pero más comerciales películas. Todo son tiendas, todo es dinero...
La cultura no es rentable y por eso no se hace negocio con ella. La cultura nunca lo ha sido. La cultura es un lujo para una pequeña minoría y a lo largo de la historia siempre ha sido así. Siempre han sido los ricos, los nobles o la Iglesia quienes patrocinaban el mantenimiento de las artes. Si se hacía por amor al arte o simplemente por una cuestión de imagen, eso ya es otra cosa.
Ahora se trata de hacer caja y el teatro no es rentable, es así de sencillo. La gente no está dispuesta a pagar por una entrada de teatro como mínimo el doble de lo que cuesta una entrada de cine, por un espectáculo que sólo puede ver una vez, que no se puede llevar a casa ni reproducirlo (excepto en su memoria), sin apenas efectos especiales. La gente no se siente tentada por algo que no viene machacado por la publicidad.
Incluso cuando vas a una representación teatral te enfrentas al hecho de que la gente ya no le tiene el más mínimo respeto. La gente va en vaqueros y no apaga los móviles durante la representación, hablan y comen como si estuvieran en el salón de su casa y se permiten el lujo de llegar tarde o de levantarse durante la obra de sus butacas para entrar o salir de la sala. Y se supone que eso es porque el teatro se ha convertido en algo popular... Claro, por eso se muere, por eso nadie invierte dinero en ello, por eso se cierran las salas.
Cuando yo era pequeña iba al teatro con la Diva. Vi muchas obras clásicas y algunas que eran obras de temporada. Me tenía que arreglar y ponerme algún vestido de los buenos, peinarme con cuidado, limpiarme los zapatos hasta que relucieran. Llegábamos temprano y esperábamos en el hall mientras saludábamos a otros aficionados con los que solíamos coincidir y, con tiempo suficiente, entrábamos en la sala. No podía hablar durante las representaciones aunque no hacía falta que me lo dijeran porque me sentía tan fascinada por lo que ocurría sobre el escenario que ni se me pasaba por la cabeza. La Diva siempre llevaba caramelos que no tuvieran un envoltorio que hiciese ruido por si le daba el ataque de tos durante la obra. En el descanso salíamos pero no nos movíamos de la butaca en toda la representación, ni hablábamos. Al acabar la obra, si nos había gustado aplaudíamos efusivamente y si no, nos manteníamos en silencio. Algunas veces, si había alguien conocido trabajando en el teatro, me llevaban a conocer a alguno de los actores. Siempre era una experiencia fabulosa y emocionante.
Algo así es imposible que se repita, el teatro ya no es arte, es negocio.
La que me mira desde el espejo sabe que en esta sociedad se prefieren otro tipo de emociones baratas.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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