La tentación vive arriba
Siempre me acuerdo del poema que Gloria Fuertes le dedicó a Marilyn Monroe. Triste y amable, como un guiño de complicidad de una estrella solitaria a otra.
Si Marilyn siguiera viva hoy cumpliría ochenta años. Tengo una colección de fotografías suyas considerable. Me quedará la curiosidad de saber cómo habría sido Marilyn de mayor. ¿Habría permanecido inalterable como la elegante Lauren Bacall? ¿Se habría convertido en una abuelita entrañable como June Allison o Ginger Rogers? ¿Habría acabado convertida en una vieja gruñona como Lana Turner? Una de las pocas cosas buenas de morirse pronto es que no te da tiempo a envejecer, a deteriorarte, a destrozar el mito que has creado y te puedes convertir en una leyenda.
Todo el mundo admiraba la fabulosa imagen de Marilyn Monroe, el tópico de la pícara ingenua, de la rubia descontroladamente sexual pero con un punto infantil. Pero detrás de la imagen de rubia tonta se escondía una mujer inteligente que era capaz de manejar su carrera como si se tratase de una marioneta. Detrás del icono sexual y universal de varias generaciones, se escondía una mujer sola que nunca fue afortunada en el amor y de quien se aprovecharon todas las personas a las que quiso, desde su madre hasta sus amantes.
¿Realmente es tan envidiable la figura de Marilyn? ¿Vale la pena la inmortalidad de ser una estrella de Hollywood a cambio de ser una persona totalmente infeliz? Habría que preguntárselo a Norma Jean Baker que acabó en una habitación de hotel de segunda, totalmente intoxicada de alcohol y pastillas, sin que nunca se supiera realmente si ella misma se quiso quitar la vida o fue alguien que trató de acercarle el beso de la muerte.
La que me mira desde el espejo no sabe si en la otra vida será John Fitgerald Kennedy quien le cante el "Happy Birthday" a Marilyn Monroe, ni si Norma Jean los habrá perdonado a todos.
Si Marilyn siguiera viva hoy cumpliría ochenta años. Tengo una colección de fotografías suyas considerable. Me quedará la curiosidad de saber cómo habría sido Marilyn de mayor. ¿Habría permanecido inalterable como la elegante Lauren Bacall? ¿Se habría convertido en una abuelita entrañable como June Allison o Ginger Rogers? ¿Habría acabado convertida en una vieja gruñona como Lana Turner? Una de las pocas cosas buenas de morirse pronto es que no te da tiempo a envejecer, a deteriorarte, a destrozar el mito que has creado y te puedes convertir en una leyenda.
Todo el mundo admiraba la fabulosa imagen de Marilyn Monroe, el tópico de la pícara ingenua, de la rubia descontroladamente sexual pero con un punto infantil. Pero detrás de la imagen de rubia tonta se escondía una mujer inteligente que era capaz de manejar su carrera como si se tratase de una marioneta. Detrás del icono sexual y universal de varias generaciones, se escondía una mujer sola que nunca fue afortunada en el amor y de quien se aprovecharon todas las personas a las que quiso, desde su madre hasta sus amantes.
¿Realmente es tan envidiable la figura de Marilyn? ¿Vale la pena la inmortalidad de ser una estrella de Hollywood a cambio de ser una persona totalmente infeliz? Habría que preguntárselo a Norma Jean Baker que acabó en una habitación de hotel de segunda, totalmente intoxicada de alcohol y pastillas, sin que nunca se supiera realmente si ella misma se quiso quitar la vida o fue alguien que trató de acercarle el beso de la muerte.
La que me mira desde el espejo no sabe si en la otra vida será John Fitgerald Kennedy quien le cante el "Happy Birthday" a Marilyn Monroe, ni si Norma Jean los habrá perdonado a todos.
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