¡Por fin viernes!
Toda la semana en casa, encerrada por motivos de salud y con la vana esperanza de lograr mejorar en el plazo que los médicos suelen atribuir a un resfriado, una semana con medicamentos o siete días sin ellos, aprovechando para adelantar trabajo atrasado. Al menos ya no tengo fiebre, lo cual se supone que debería indicar una mejoría, pero sigo sin tener apetito y con calambres musculares. Claro que eso lo atribuyo más a la paliza de remover pesadas cajas llenas de libros y muebles por toda la casa. Sigo tosiendo, en plan Margarita Gauthier pero con mucho menos glamour. Me hace mucha gracia la idea de salir esta noche y contagiar a todo el mundo, pero se bien que los resfriados no se contagian, que sólo se contagia la gripe y no es mi caso. De hecho a mí no me ha contagiado nadie, simplemente he sido víctima de la rápida llegada del frío y mi costumbre de salir poco abrigada y dar vueltas a la manzana sin chaqueta cuando salgo acalorada de la discoteca.
Por fin viernes, como la película... Casi puedo escuchar a Donna Summer cantando "Last dance". ¿Somos nosotros fauna de discoteca como los protagonistas de la película? ¿Es acaso nuestra vida un continuo fluir en la rutina semanal para ilusionarnos con el fin de semana? Parece que últimamente si está siendo así. Me parece una mala señal, una regresión adolescente, una señal de lo poco interesante que está siendo mi vida en este momento. Aún puedo recordar cuando cada día era una aventura y ahora parece que este sometida a la esclavitud de lo cotidiano. Efraín me dice que es porque me estoy haciendo mayor, que si no fuera por el modo absurdo en que me aferro al fin de semana, los siete días serían iguales, que es lo normal, que le pasa a todo el mundo cuando se convierte en adulto. Pero se que me lo dice por decir, para que no me vuelva paranoica, porque él siempre ha sido de los que hacen que cada día, cada momento, sea interesante y esté lleno de vida, tanto para él como para los que le rodean. Además, dudo mucho que a mí se me pueda considerar adulta o madura. Al menos no de forma constante. De todos modos, siempre he sido de la teoría de que la gente con la edad, madura o se pocha, como las manzanas. En mi caso creo que es más el deterioro físico lo que ocurre y no un exceso de madurez.
La que me mira desde el espejo se ha puesto el uniforme del colegio y baila debajo de una bola de espejo mientras chupa una piruleta con forma de corazón.