La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

viernes, octubre 21, 2005

¡Por fin viernes!

Toda la semana en casa, encerrada por motivos de salud y con la vana esperanza de lograr mejorar en el plazo que los médicos suelen atribuir a un resfriado, una semana con medicamentos o siete días sin ellos, aprovechando para adelantar trabajo atrasado. Al menos ya no tengo fiebre, lo cual se supone que debería indicar una mejoría, pero sigo sin tener apetito y con calambres musculares. Claro que eso lo atribuyo más a la paliza de remover pesadas cajas llenas de libros y muebles por toda la casa. Sigo tosiendo, en plan Margarita Gauthier pero con mucho menos glamour. Me hace mucha gracia la idea de salir esta noche y contagiar a todo el mundo, pero se bien que los resfriados no se contagian, que sólo se contagia la gripe y no es mi caso. De hecho a mí no me ha contagiado nadie, simplemente he sido víctima de la rápida llegada del frío y mi costumbre de salir poco abrigada y dar vueltas a la manzana sin chaqueta cuando salgo acalorada de la discoteca.
Por fin viernes, como la película... Casi puedo escuchar a Donna Summer cantando "Last dance". ¿Somos nosotros fauna de discoteca como los protagonistas de la película? ¿Es acaso nuestra vida un continuo fluir en la rutina semanal para ilusionarnos con el fin de semana? Parece que últimamente si está siendo así. Me parece una mala señal, una regresión adolescente, una señal de lo poco interesante que está siendo mi vida en este momento. Aún puedo recordar cuando cada día era una aventura y ahora parece que este sometida a la esclavitud de lo cotidiano. Efraín me dice que es porque me estoy haciendo mayor, que si no fuera por el modo absurdo en que me aferro al fin de semana, los siete días serían iguales, que es lo normal, que le pasa a todo el mundo cuando se convierte en adulto. Pero se que me lo dice por decir, para que no me vuelva paranoica, porque él siempre ha sido de los que hacen que cada día, cada momento, sea interesante y esté lleno de vida, tanto para él como para los que le rodean. Además, dudo mucho que a mí se me pueda considerar adulta o madura. Al menos no de forma constante. De todos modos, siempre he sido de la teoría de que la gente con la edad, madura o se pocha, como las manzanas. En mi caso creo que es más el deterioro físico lo que ocurre y no un exceso de madurez.
La que me mira desde el espejo se ha puesto el uniforme del colegio y baila debajo de una bola de espejo mientras chupa una piruleta con forma de corazón.

En la salud y en la enfermedad

Me he pasado la noche en vela por un brutal ataque de tos. Para aprovechar el tiempo he estado revolviendo trastos en el piso. He tenido que frotar con una esponja mojada el mueble del salón porque estaba cubierto por una capa punteada de escayola e intentar desplazarlo más de un metro hacia la pared. No es fácil hacerlo normalmente, es un mueble bastante pesado, casi tres metros de largo, medio de profundidad y algo más de dos metros de altura. Mucho menos cuando son las cuatro de la mañana y pretendes no despertar a tus vecinos. Y si encima eres víctima de un resfriado y te sientes débil, moverlo supone un suplicio. Claro que la recompensa de ver como mi salón recupera casi tres metros cuadrados de espacio útil, valía la pena el intento.
Así que me he pasado la noche moviendo muebles, limpiándolos y llenándolos con los trastos que estaban en cajas y bolsas por el suelo. Y de paso recupero esa sensación mitad nostalgia, mitad ilusión de abrir paquetes, como en Navidad, cada vez que destapo algún paquete y descubro pequeños tesoros olvidados que no había visto desde que empecé la mudanza. En un frasco encuentro piedras de rió de Melides, mi Biblia comentada y anotada, cuatro cds de la Rounder Records, mi rana croadora, mis collares de santería cubana, una pelota de tenis firmada, piezas de ajedrez, el manual del scanner, la colección de "Carmina Burana" que me grabó un profesor de latín que me tiraba los trastos, los vídeos de "Playa de China", un corazón de cristal verde, pinzas de madera, un frasco de mascarilla de menta, las contraseñas de mi cuenta en ICQ con una lista de contactos, un par de libros de Wicca, mi gong, mis tres monos sabios de madera, un par de relojes de arena, un almohadón verde, las herramientas de reparación de la bicicleta... Eso hace que tarde una eternidad en ordenar las cosas porque cada vez que descubro algo, me quedo mirando como una boba, rememorando los recuerdos que me transportan, sorprendida por hallar objetos útiles que ya daba por perdidos...
Para volver al mundo de los vivos me resucita un ataque de tos con flema de esos que hacen que te retuerzas como un gusano. No sirve de nada beber agua ni zumo ni leche caliente con miel. El Fludan con codeína no me quita la tos pero sí me revuelve el estómago. No me apetece comer y no puedo dormir. En momentos como estos es cuando más echo de menos tener alguien que me quiera, cuando peor me sienta la soltería, una persona tonta que se ría de lo quejica que soy, que me haga zumo de naranja y caldo de pollo, que me arrope en la cama y me bese en la frente para comprobar si tengo fiebre. Alguien que se preocupe si doy vueltas en la cama porque no puedo dormir y que no me haga mucho caso cuando la fiebre me haga desvariar... Echo de menos la dulce sensación de importarle a alguien.
La que me mira desde el espejo se ha disfrazado de enfermera en plan película pornográfica y juega con el termómetro.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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