La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

martes, septiembre 06, 2005

Strong enough

Soy una cometa en el medio de un huracán. Me aferro con mis palabras mágicas al suelo que apenas piso. Invoco con mis piedras al poder supremo. Explota el aire en mis pulmones como bocanadas de un dragón agonizante. Me hubiera bastado una pequeña chispa para creer en las estrellas. Pero la ausencia de un pequeño gesto por su parte hace que deje de esperar nada de nadie.
Canta Damien Rice ("Stones taught me to fly. Love, it taught me to lie. Life taught me to die, so it's not hard to fall when you float like a cannonball") y yo he encontrado entre un montón de papeles el teléfono de My sweet shabashini. Le gustaba que le llamase así aunque no sabía lo que significaba, simplemente porque decía que le gustaba cómo sonaba. Lo saqué de un poema de Tagore, que narraba la historia de dos hermanas, una de ellas se llamaba Shabashini, que significa "la que tiene dulce voz". Ella no cantaba pero había tocado la batería en un grupo con amigos del instituto. Ella pintaba. Le gustaban los impresionistas. Y yo le prometía puestas de Sol bajo los pinos en un acantilado frente al Mediterráneo. Era difícil no hacerlo fácil. Me hacía sentir adulta y fuerte y sacaba mi lado más tierno. Le gustaba Ani Difranco y Led Zeppelin y montar en moto. Soñaba con cruzarse Europa en moto. Yo me cansé en seguida de sus pataletas infantiles. No quería ser su madre. Una vez salía de casa y al cruzar un paso de cebra, un conductor borracho empotró su moto contra un árbol. Sólo tenía diecinueve años. En vez de sentarse en una Harley desde París a Roma, tuvo que contentarse con montar en una silla de ruedas desde su cuarto al salón. No era permanente, pero tardó casi tres años en poder volver a sentir las piernas. Su hermana pequeña le pegaba. Su madre nunca estaba en casa, su padre nunca lo estuvo. Me llamaba para que yo le prometiera que todo iba a salir bien. Y yo le mentía...
Pero a mi nadie me miente, todos se empeñan en golpearme con la más pesimista de las verdades. Me miento yo, casi todos los días, porque así me siento menos inútil. Trato de verlo todo de tal modo que mis piedras sean mi muralla y no mi ancla.

Gotta move

Cuando murió Greta Garbo, su criada confesaba que en los últimos años de su vida la Divina sólo pedía tres cosas: champagne, cigarrillos y langostinos.
Hoy he comido gambas. La Garbo trataba de aclarar cada vez que hablaba con la prensa que su famosa frase ("Let me alone, I wanna be alone") quería decir que quería estar a solas, que la dejaran en paz un poco y no le agobiasen tanto, no que quisiera que le abandonasen ni que quisiera sentirse sola. Estar sola o estar a solas. A veces la diferencia es un pequeño matiz entre estar o sentirse.
La Diva ha estado de visita. He empezado a leer la última biografía que compré de Virginia Woolf, una que escribió su sobrino Quentin Bell. De hecho ya tengo varias biografías de ella, esta simplemente es otra edición. Intento mantener la cabeza ocupada con algo que siempre sé que funciona. Y Virginia Woolf, durante un par de horas, cumple su misión y con su locura aleja la mía. Siempre me ha llamado la atención que se suicidara siendo tan mayor. Entiendo que después de seis crisis le diera miedo una séptima. Mi mayor miedo siempre ha sido volverme loca. Cuando me volví loca de verdad (o cuando empezaron a diagnosticarme pequeños transtornos) empezó a darme menos miedo porque lo asocié a mi personalidad creativa y a mi cociente intelectual. Vale, ciento cuarenta y cinco es alto, pero no para tanto. Kurai Neko lo tiene mayor. Efraín lo tiene mucho mayor. He pasado dos terceras partes de mi vida rodeada de gente mucho más inteligente que yo y ahora que eso ya no pasa, siento como si todo el mundo fuera idiota. Igual soy yo la idiota.
Efraín, el hombre de mi vida (que obviamente, no se llama Efraín) se ríe cuando me dan los ataques de paranoia. Dice que espero demasiado de la gente y que por eso me decepcionan. Pero no creo que yo espere de los demás ni la mitad de lo que espero de mi misma, ni una cuarta parte de lo que estoy dispuesta a ofrecer. De todos modos, mi querido caballero de brillante armadura, vos sabéis, que esperáis lo mismo que yo, solo que no lo manifestáis.
Dudo que poca gente se haya querido tanto como nos quisimos Efraín y yo y que, a pesar de todo lo que hemos tenido que afrontar, se sigan queriendo así. Hace diecinueve años que nos conocemos, dicho así parece fácil. Yo soy muy difícil, todo el mundo me lo dice. Efraín no me lo ha dicho nunca. Sólo hay tres personas que yo creo que me conocen realmente y él es una de ellas.
Me he dado cuenta, de casualidad, que llevaba puesta una camiseta negra y me ha sorprendido darme cuenta de que últimamente apenas visto de negro, color que predominaba en mi vestuario hasta hace bien poco. Al verme en el espejo, con el pelo recién tintado de azul marino y con la camiseta negra me he visto la cara sospechosamente blanca. Las ojeras de la llorera de anoche tampoco es que colaboren en darme un aspecto saludable.
El esfuerzo físico de la mudanza interior en mi piso me está provocando dolor de espalda.
El esfuerzo mental de la mudanza personal me está provocando dolor de cabeza.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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