La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

lunes, enero 02, 2006

Déjame

"Déjame, no juegues más conmigo. Esta vez, en serio te lo digo. Tuviste una oportunidad y la dejaste escapar. Déjame, no vuelvas a mi lado. Una vez estuve equivocado pero ahora todo eso pasó no queda nada de ese amor. No hay nada que ahora ya puedas hacer porque a tu lado yo no volveré. Déjame, ya no tiene sentido. Es mejor que sigas tu camino que yo el mío seguiré por eso ahora déjame". Los Secretos, esos hermanos Urquijo que tantas canciones han puesto en mi cabeza...
Cada vez que parece que ya no me importa, ella reaparece y desbarata todo mi equilibrio. Ayer recibí un mensaje suyo para felicitarme el nuevo año. Tan tópico que me ofendió. En otras circunstancias recibir un mensaje suyo me habría llenado de alegría pero, teniendo en cuenta que se supone que ya no nos hablamos y que todo diciembre ha sido un foco de tensión, este me ha puesto tan nerviosa que no he podido evitar llamarle.
Hablar con ella, con la señorita Pedreguer, es como ofrecerse voluntario al martirio. Y soy plenamente consciente de que es culpa mía que la situación haya llegado a este punto. Lo he intentado, juro que lo he intentado. He tratado de ser sólo su amiga pero me lo ha puesto siempre muy difícil porque para ella la amistad no significa nada. Eliminando la posibilidad de ser buenas amigas lo que hacía era reabrir constantemente la caja de Pandora de mis sentimientos por ella...
Te he querido mucho, mucho más de lo que hayas podido imaginar. No sé porqué. Nunca has hecho nada para provocarlo, nunca has hecho nada para merecerlo. Nunca ha sido recíproco, eso siempre lo he sabido. He tratado de adaptarme al papel de amiga fea en la sombra, siendo el amargo testigo de cómo te enamorabas de impresentables que te hacían infeliz. Y tus flirteos conmigo no me ayudaban nada porque engañaban a mi pobre corazón haciéndole creer que había alguna posibilidad, por pequeña que esta fuera, de que alguna vez pudieras llegar a quererme. Pero tus constantes demostraciones de egoísmo me acababan desengañando. Aunque luego lo tratases de arreglar con buenas palabras y me dijeras que nadie te había conocido como yo te conocía y que yo era la persona en la que más confiabas. Aunque nunca me dijeras directamente que sentías o que no sentías nada por mí. Y yo me quedé pegada a tu inestabilidad y a tu inmadurez y no hice ningún caso a mi sentido común que me pedía a gritos que echase a correr...
¿Para qué voy a negarlo? Sí, estaba enamorada de ti, aunque sólo quise reconocer que me gustabas. ¿De qué sirve confesar tu amor a una persona que no lo siente por ti? Y mucho menos cuando es más que evidente para esa persona lo que tú sientes. Y por quererte a ti no me he permitido querer a nadie durante dos años, porque nadie me llegaba tanto al corazón como tú, ni me hacía tan feliz, ni me hacía tanto daño. Incluso llegó a desagradarme que las mujeres, cualquier mujer que no fueras tú, me tocasen y por eso para las relaciones ocasionales elegía preferentemente a los hombres. Y montaba la gran excusa del poco éxito que tengo entre las mujeres, en parte cierto, en parte provocado por el desinterés que yo mostraba por ellas. Y todo por conformarme con tu voz, con alguna mirada casual, con esa palabra tonta que no me esperaba. Porque tocarme, no me tocabas nunca. Ni siquiera los dos besos de rigor al saludar, que siempre me tocaba pedir como el que suplica limosna y a los que acabé renunciando. Ni siquiera un abrazo en esos momentos en que se me venía el mundo abajo y necesitaba que me quisieran más que nunca. No, nunca me has dado un abrazo. Es más, te mostrabas hostil y arisca cuando sentías que yo necesitaba de tu afecto, quizás por impotencia, quizás porque te daba igual. Pero yo debía de estar siempre diligentemente a tu servicio cuando tú me necesitabas.
Me habría conformado con muy poco. Un beso a traición, en la discoteca un día de borrachera compartida, me habría bastado. Ni siquiera aspiraba a que alguna vez hubiera pasado algo más porque era plenamente consciente que, en mi papel de amiga fea no me merecía ni las sobras. O una simple amistad sin ningún tipo de connotaciones adicionales, pero una amistad sincera y real, de las que se basan en la lealtad, la sinceridad y el respeto. Y siempre he sabido que no podría contar contigo nunca para nada, que jamás ibas a estar ahí cuando te necesitase, que te importaba absolutamente nada de mí. De mismo modo que sabía que por ti iba a seguir arrastrándome como un gusano, sirviendo como una esclava, sufriendo como un mártir. No podía evitarlo.
No pudiste dejarme escapar cuando discutimos en mi viaje a Barcelona. Tardaste unos meses pero tuviste que volver a buscarme, cuando yo ya casi nunca pensaba en ti, cuando ya me estaba curando de esta enfermedad paralizante que me arrebataba toda la fuerza. Y fue para peor, porque ahora prometías buenas intenciones y jurabas que te importaba. Y yo te creía, porque necesitaba creerte. Pero volviste a jugar conmigo y conseguiste hacerme sentir estúpida y dependiente otra vez. Tus constantes rechazos me hacían sentir inferior, como si el rechazo fuera lo único que yo me merecía. Y me sentía débil y ridícula por no poder evitar llamarte o ceder siempre, por enfadada que estuviera, a tus peticiones.
Y ahora apareces de nuevo, porque tú siempre vuelves. Tú sabrás qué es lo que te impulsa siempre a volver a mi, si tan claro está que nunca me has querido. Igual es porque sabes que siempre voy a estar ahí, que yo sí te quiero (del modo en que un día te expliqué cual era mi concepto del amor en contraposición al concepto de estar enamorado), que yo cedo siempre...
Apareces y me desbaratas. No te importa nada si yo estoy bien o mal porque mi obligación es estar ahí sólo para hacerte sentir mejor y si no lo consigo, me das la patada. Y yo me vuelvo medio loca con tus desequilibrios, con tus medias tintas, con el juego constante al que sometes a mi corazón, hasta que llega un punto que seguir queriéndote me resulta tan doloroso que apenas puedo soportarlo.
Y no es que no te quiera. Y no es que no me conforme con ser una simple amiga. Lo que ocurre es que no puedo seguir siendo un juguete para ti, ni tu perro, ni tu alfombra porque si sigo así al final no va a quedar nada de mí y no voy a tener nada que dar.
Cuando al teléfono lloraba y te suplicaba que no volvieras a llamarme, estaba en la calle, apoyada en una pared, destrozada. Y mi corazón me engañaba y me decía que no pasaba nada porque hablara contigo. Pero mi cabeza me cuida y sabe todo el daño que esto me está haciendo y lo poco que te importa, lo poco que te importo. Y ya ves que no te pido nada. Si no me quieres, lo acepto, eso no se puede forzar. Si no te gusto, lo entiendo, tampoco le gusto a tanta gente. Si no quieres que seamos amigas, es tu decisión y la respeto plenamente. Pero no puedo permitirme seguir siendo la que nada a contracorriente para que tú no te ahogues, porque me arrastras contigo y yo sé que tú saldrás del agua, pero no estoy tan segura de que yo pudiera hacerlo.
Sé que lo pasaré mal si no estás en mi vida. De todos modos, cuando estás en mi vida tú me lo haces pasar mal. Pero por mucho que duela, una cicatriz siempre es mejor que una herida abierta.
Al fin y al cabo, me has demostrado mil veces que a ti te da igual.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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