La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

domingo, enero 22, 2006

Cocktail

Anoche, cené con los chicos y luego bajamos un rato al Pub a tomarnos una copa con Nus. Allí estaba, reinando tras la barra, como el día en que le conocí...
Yo conocí a Nus en Madrid. Estábamos en el pub más cutre de Malasaña, en uno de esos fines de semana eternos en los que el coche nos llevaba hasta el infinito y las obligaciones nos arrastraban de vuelta. Mi loca favorita trataba de entretenerme para que dejase de quejarme de que J. no hubiera venido y se hubiese ido a un pueblo perdido de Escocia a ver a unos amigos. Yo estaba acercándome a un punto de no retorno que acabaría desembocando en mi segunda muerte. Pero esa es otra historia...
Como un espíritu, con el pelo largo y despeinado, toda vestida de negro y con las eternas gafas de sol, con la piel despigmentada por la vida nocturna hasta tomar un pálido color verdoso, así llegaba yo a Madrid y me dejaba caer en una de las banquetas junto a la barra. Había vomitado justo en la puerta y un tipo me había dado un empujón que me había hecho caer al suelo porque al reírse de mi estado me había acordado gentilmente de su madre. Mis amigos habían decidido entrar a beber algo para calmar los ánimos y mantener el estado en el que estábamos. Sonaban los Rolling Stones y a medida que la noche avanzaba entraban los Sex Pistols y Sepultura. Sonaban las palabras ajenas en mi cabeza como murmullos lejanos a medida que entraban las copas de vodka en mí. Nos repartimos por el local, unos jugando a los dardos, otros bailando y el resto en la barra. Yo ni me movía de la banqueta del fondo porque intuía que de hacerlo acabaría en el suelo.
Efraín tonteaba con la camarera, una morena de pelo largo y ondulado, vaqueros ceñidos y camiseta roja de tirantes finos, que masticaba chicle de un modo desafiante mientras se tomaba un chupito de whisky por cada copa que servía. Me dí cuenta de que hablaban de mí porque me estaban mirando y a Efraín le cambió la cara cuando ella me lanzó un chupito desde el otro lado de la barra. Me lo bebí de un trago y sin mirarle. El hombre de mi vida se me acercó y me dijo que le había preguntado por mí y yo con voz oscura contesté alguna grosería para darle a entender que no quería nada con nadie esa noche, ni siquiera con él.
Nus siempre presume de conseguir cualquier cosa que se proponga. Se pasó la noche invitándome a copas que yo tomaba sin agradecérselo de ningún modo. Se acercaba a flirtear y me contaba chistes estúpidos o bailaba frente a mí mientras canturreaba la canción que estuviese sonando. Como también invitaba a mis amigos, muchos fines de semana acabábamos haciendo escapadas a Madrid, en busca de la morena de ojos azules que nos aseguraba borracheras baratas. Entre semana era ella la que venía a nuestra ciudad en busca de la juerga eterna. Ni me acuerdo cual de aquellas noches consiguió salirse con la suya...
Sólo sé que cuando J. se fue, Nus fue una de las únicas tres personas que yo dejé que se acercasen a mí y que eso ha durado hasta ahora.
La veía anoche, detrás de la barra, después de tantos años, todavía lanzándome chupitos que se deslizaban de un extremo a otro de la barra, desde su mano a la mía. La veía anoche, cantando y bailando mientras servía las copas y jugaba a hacer malabares con las botellas sólo para impresionarme. Aunque se lo he visto hacer muchas veces... Le veo la sonrisa fácil, el comentario justo, el control de la pista desde su reino, sin que se le escape un detalle de lo que pasa y dando instrucciones al otro camarero con frases cortas, corteses y precisas.
Nus se ha hecho mayor, se ha convertido en una mujer fabulosa, encantadora, interesante sin perder el encanto de chica descarada y buscavidas que conocí hace años. Ha elegido la vida que quiere vivir y la tiene bajo control a pesar de lo que otros puedan opinar. Es una persona poco convencional y lo sabe y le da igual.
Hace años que un grupo de Lezzies se convirtieron en habituales del pub donde trabaja Nus sólo porque querían verle. A lo largo de este tiempo ha ido cambiando la relación con ellas (aunque Nus nunca queda con ellas ni las ve fuera del Pub) pero siempre ha estado claro que a un par de ellas mi camarera les gustaba y que alguna de ellas ha llegado a estar muy colgada por ella. Nus juega, tontea, flirtea, las provoca... pero nunca pasa de ahí con ninguna de ellas. Cuando Nus y yo salíamos, las Lezzies me tenían de blanco en sus dianas, una mezcla de celos y envidia que hacía que apenas me dirigieran la palabra. Eran bordes conmigo pero a mí me hacía gracia porque cuanto peor se portaban ellas conmigo, mejor se portaba su adorada camarera conmigo para compensarme.
Para mi sorpresa, anoche las Lezzies me montaron una fiesta. Querían jugar conmigo al billar y a los dardos, querían bailar conmigo, estaban encantadoras... ¡Me acabé liando con una de ellas! Una morena con el pelo recogido y gafas de pasta que no paraba de hablarme de películas gays y de la imagen de la mujer homosexual en la sociedad y del ambiente como un ghetto... Me dio su teléfono y yo le mentí diciéndole que le llamaría. Escarmentada estoy con las relaciones a distancia como para que por un par de besos me quiera complicar la vida.
Nus les hacía creer que estabamos juntas otra vez y que yo me había mudado a su casa. Se pusieron histéricas aunque trataban con la mayor hipocresía del mundo fingir que se alegraban mucho por nosotras. Hasta que una de ellas espero a que me fuera al baño para contarle a Nus que la fresca de su novia se acababa de liar con una de sus amigas. Cuando volví a la barra Nus estaba desternillándose y sus carcajadas limpias y brillantes me contagiaban felicidad explosiva.
Cansada de las Lezzies, me fui al billar a jugar con Fighter. Al fin y al cabo, siempre me siento más cómoda entre chicos. Dardo había ligado con una rubia y se había marchado. Mi ex-novio estaba dándole una paliza a un tipo mayor que llevaba mitones de cuero. Así es Fighter, cada golpe una victoria. Yo sorbía despacio mi copa mientras veía las bolas de colores rodar sobre el tapete verde. En algún momento empecé a jugar al billar con él, que siempre me corrige las posturas, el modo de coger el taco y me señala con el índice el punto exacto en el que debo golpear con la bola blanca para hacer buenas jugadas...
La noche se fue diluyendo en un infinito de vodka con limón y rodajas de naranja congeladas. Y ya se me colgaba de la cara una sonrisa boba mientras mis piernas y mis brazos perdían toda su textura. A duras penas recuerdo el tipo con el que acabé la noche. Me acuerdo de las patillas anchas y cuidadas y de la cazadora de cuero. También me acuerdo que el Pub estaba vacío y sólo Nus estaba por ahí sentada haciendo caja mientras el tipo de turno y yo le dábamos a la mesa de billar un uso diferente al habitual. En el ascensor era Nus quien me besaba cuando volvíamos a casa...
La que me mira desde el espejo se quita la camiseta.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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