La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

miércoles, septiembre 07, 2005

Con las manos en la masa

Para compensar el duro esfuerzo realizado en mi hogar, dulce hogar, y para intentar solucionar un insoportable ataque de lumbalgia he huido a refugiarme en las suaves y firmes manos de mi masajista.
A veces se me olvidan mis limitaciones físicas, se me olvida la poca fuerza que tienen mis extremidades, mi poca estatura, mi dolorosamente recordable escoliosis y la facilidad con la que mi piel se llena de hematomas (quizás para compensar lo despacio que se curan mis heridas). A veces confundo el "yo quiero" con el "yo puedo". Y en lo que a mi casa se refiere el "tengo que hacer..." es tan alto e imperioso que anula cualquier pizca de sentido común. Y allá me he liado como una loca a mover cajas hasta destrozarme la espalda y he tenido que acudir lloriqueando a ver al pobre Dardo para que con sus magic fingers me deje nueva.
Todo el mundo debería tener un masajista. Ya sé que hay muchas excusas pero para mi es algo imprescindible. Mi querido Dardo tuvo a bien pedir a unas cuantas amigas que hiciéramos de conejillos de indias, cuando estudiaba para masajista, para poder hacer las prácticas. A cambio de hacernos pedazos nos prometió que, en cuanto fuera un prestigioso profesional y sus manos alcanzaran la perfección técnica, nosotras disfrutaríamos de masajes gratuitos de por vida. Acabó especializándose en rehabilitación deportiva (ya me corregirás por el nombre de la especialidad, pero sabes que soy un desastre para el vocabulario), lo cual a mí siempre me ha venido bien.
Desde hace años, su técnica fabulosa ha conseguido solucionar mis lesiones de columna, mis articulaciones perennemente dislocadas, mi constante colapso muscular provocado por mi baja resistencia al stress... Y también, porque no, he podido disfrutar muchas veces del placer relajante de un buen masaje sin que ello conllevara un dolor previo.
Y en estos días en que la espalda me estaba matando y encima la histeria me mantenía totalmente contraídos todos los músculos (lo cual me recuerda que debo apuntar en la agenda con mayúsculas: ¡¡¡un mordedor!!!) su altruista colaboración ha sido esencial para mantenerme de nuevo en un pequeño y aparente equilibrio. Gracias.

Pas le temps de vivre

Mylène Farmer, desde hace días sonando en mi pc, en mi cabeza ("Je n'ai pas le temps de vivre. quand s'enfuit mon équilibre. Je n'ai pas le temps de vivre. Aime-moi, entre en moi. Dis-moi les mots qui rendent ivres. Dis-moi que la nuit se déguise. Tu vois, je suis comme la mer qui se retire, de n'avoir pas su trouver tes pas... ")... la pelirroja más perturbadora...
Sonaba una campana en mi cabeza pero era sólo la lluvia. Mi tocaya es la patrona de las tormentas pero juro por la Diosa que yo no había pedido agua. Mi nombre viene del latín y significa "extranjera". Supongo que por eso siempre me siento fuera de lugar. Me lo puso mi padre en homenaje a una gran diva del mundo del espectáculo que era bastante popular en el momento de mi nacimiento. Tres actrices judías con ese nombre se han llevado un Oscar como mejor actriz. Yo no soy muy buena actriz. Se me nota cuando miento. De hecho, considero eso una virtud.
Cuando miento utilizo palabras cortas y no gesticulo con las manos. Cuando digo la verdad despliego todo mi amplio vocabulario y muevo las manos como aspas de molino. Cuando paso vergüenza miro fijamente hacia la izquierda y me muerdo el labio inferior. Cuando sonrío sinceramente me tapo la cara fingiendo que me rasco la nariz. Si durante una comida o cena, me siento a gusto, giro el vaso cada vez que bebo, en sentido contrario a las agujas del reloj. Si me agobio cuando bailo en la discoteca, me cambio el reloj de muñeca una y otra vez. Cuando la cabeza se me llena de palabras y necesito hablar y no puedo, hago girar la lengua dentro de la boca y la doblo como si fuera una crêpe. Cuando bebo mucho y me pierdo, si me pongo nerviosa buscando a mis amigos, me estiro de la lengua sujetándola con el pulgar y el nudillo del índice. Cuando no quiero ver algo (o a alguien), me quito las gafas y limpio los cristales. Cuando pierdo la calma subo el tono de voz, cuando me enfado me quedo callada. Cuanto más callada, más enfadada. Soy amable con la gente que quiero quitarme de encima. Lloro cuando tengo ataques de rabia. Me da vergüenza llorar. Me da vergüenza que flirtee conmigo alguien que tiene mejor aspecto que yo. Tartamudeo cuando me siento poco inteligente. He hecho de mi sonrisa una máscara. Soy sociable con gente que no soporto sólo para no sentirme una borde. Soy sarcástica, irónica y mordaz cuando me aburro. Tarareo en la ducha. Me da más vergüenza mostrar la flacidez de mis tríceps que la curva de mi abdomen. Me avergüenzo más de mi ignorancia que de mi aspecto. Me siento vulnerable cuando no controlo el tema de la conversación. Me siento una pesada cuando intento hablar con alguien que no intenta hablar conmigo. Los universitarios me recuerdan todas mis inseguridades respecto al hecho de no tener estudios. Estoy aprendiendo a jugar al ajedrez sólo para intentar centrar mi cabeza. Me gustan los puzzles y las películas mudas. Grito cuando me ahogo, aunque nunca suene nada. A veces hecho a correr sin ningún motivo.
Llevo una inscripción en el reloj y tres tatuajes en la piel. La bandera de mi pueblo tiene tres colores. Mi alma también.
¿Si un día desaparezco sabrías dónde encontrarme?
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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