Con las manos en la masa
Para compensar el duro esfuerzo realizado en mi hogar, dulce hogar, y para intentar solucionar un insoportable ataque de lumbalgia he huido a refugiarme en las suaves y firmes manos de mi masajista.
A veces se me olvidan mis limitaciones físicas, se me olvida la poca fuerza que tienen mis extremidades, mi poca estatura, mi dolorosamente recordable escoliosis y la facilidad con la que mi piel se llena de hematomas (quizás para compensar lo despacio que se curan mis heridas). A veces confundo el "yo quiero" con el "yo puedo". Y en lo que a mi casa se refiere el "tengo que hacer..." es tan alto e imperioso que anula cualquier pizca de sentido común. Y allá me he liado como una loca a mover cajas hasta destrozarme la espalda y he tenido que acudir lloriqueando a ver al pobre Dardo para que con sus magic fingers me deje nueva.
Todo el mundo debería tener un masajista. Ya sé que hay muchas excusas pero para mi es algo imprescindible. Mi querido Dardo tuvo a bien pedir a unas cuantas amigas que hiciéramos de conejillos de indias, cuando estudiaba para masajista, para poder hacer las prácticas. A cambio de hacernos pedazos nos prometió que, en cuanto fuera un prestigioso profesional y sus manos alcanzaran la perfección técnica, nosotras disfrutaríamos de masajes gratuitos de por vida. Acabó especializándose en rehabilitación deportiva (ya me corregirás por el nombre de la especialidad, pero sabes que soy un desastre para el vocabulario), lo cual a mí siempre me ha venido bien.
Desde hace años, su técnica fabulosa ha conseguido solucionar mis lesiones de columna, mis articulaciones perennemente dislocadas, mi constante colapso muscular provocado por mi baja resistencia al stress... Y también, porque no, he podido disfrutar muchas veces del placer relajante de un buen masaje sin que ello conllevara un dolor previo.
Y en estos días en que la espalda me estaba matando y encima la histeria me mantenía totalmente contraídos todos los músculos (lo cual me recuerda que debo apuntar en la agenda con mayúsculas: ¡¡¡un mordedor!!!) su altruista colaboración ha sido esencial para mantenerme de nuevo en un pequeño y aparente equilibrio. Gracias.
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