Facta, non verba
Ocurre con frecuencia. La gente hace muchas promesas que luego es incapaz de cumplir. No porque no quiera cumplirlas, sino porque no es capaz de hacerlo. Aún sabiendo que se trata de un imposible o quizás tan sólo de algo que no se puede garantizar aunque es poco probable que ocurra. Nos gusta engañarnos.
Tenemos, y me incluyo, una visión poco realista de la persona que somos realmente. Queremos ser mejores y realmente creemos que lo somos o que seremos capaces de hacer cosas que nos son inalcanzables. Eso está bastante bien en cuanto a proyectos se refiere. Nos da las alas que nos hacen falta para intentar volar hasta las nubes. Pero sólo somos gallinas y las alas sólo nos sirven para corretear por el corral.
Eso genera infinitas frustraciones porque es muy duro aceptar que tenemos un límite y que antes o después llegaremos a él. Mi primer trauma infantil, si mal no recuerdo, fue el momento en que supe (no lo imaginaba, lo sabía con certeza) que jamás, por muy inteligente que fuera y por mucho que leyera y tratara de aprender, lo sabría todo. Parece simple, pero con nueve años, la idea de tu propio límite es tan afilada como el borde de un abismo. Pero lo acabas asumiendo y te concentras en llegar todo lo lejos que puedas y en priorizar diferentes objetivos a lo largo de la vida.
Y cuando eso te parece simple tienes que enfrentarte al otro gran imposible. Las limitaciones ajenas. La gente es como es y no como nosotros los vemos, no como quisiéramos que fueran. ¿Parece fácil? No, es lo más difícil del mundo. Queremos que la gente haga y piense lo mismo que nosotros aunque digamos constantemente que no. A nadie le gusta la verdad ni que le digan cosas con las que no está de acuerdo. Y es, sin embargo, lo que hace a otra persona diferente a ti lo que la convierte en alguien que te aporta algo, que te enseña y que te hace crecer.
Las relaciones entre personas son lo más complicado que he encontrado en esta vida. Las Matemáticas son más fáciles. La Filosofía es más simple. La Física Cuántica es más sencilla. No importa que se trate de tu familia, tus amigos, el amor de tu vida o simplemente conocidos. Siempre es raro, difícil y extraño. Cuando encuentras a alguien que te hace parecer que es fácil, resulta que tú se lo haces parecer difícil. Y lo peor es que el ser humano es un ente social y puede renunciar a todo menos a eso.
Alguien me comentaba un experimento que habían hecho con unos chimpancés. En una jaula había unas crías que tenían que elegir entre dos supuestas madres. Una de ellas, era un peluche mullido y caliente, pero tenía los senos vacíos y no daba leche. La otra era de madera y metal, pero en sus senos siliconados fluía el manantial blanco de la vida. ¿Qué elegían las crías? ¿Amor o alimento? ¿Qué elegirías tú? Los pequeños chimpancés preferían morirse de hambre en los cálidos brazos de un madre amorosa que alimentarse a costa de la dureza y frialdad de la otra madre. Instinto primario. La mayor necesidad de los primates, antes que el alimento, es el amor.
Claro que hablamos de monos y no de personas. La mayoría de la gente se hubiera quedado con la leche y luego habría tratado de superar el trauma a base de terapia.
Nos quejamos de que la gente es complicada y no aceptamos el hecho de que nosotros también somos esa "gente", que el mismo efecto que tienen algunas personas en nosotros lo causamos en otras.
Hoy me ha llamado Ms Missie, alguien a quien en su momento quise muchísimo y que, aún hoy, me honra con su amistad, para felicitarme por mi cumpleaños. Y aunque no se lo crea, para mí fue un regalo. Que tantos años después siga acordándose de mí y soportando mis tonterías me parece admirable. Supongo que me quería. Me han llamado varías personas pero reconozco que esta ha sido la que más ilusión me ha hecho. Y puedo imaginármela con la ceja levantada leyendo esto ("moi?") y pensando que nunca le he tratado de un modo tan especial como para hacerle ver que para mí siempre lo ha sido. Supongo que ya sabe que soy una arpía. Y lo peor, que a pesar de todo, sigue ahí. Y se muere de la risa porque le cuento que pasé mucha vergüenza el sábado cuando me crucé con aquella chica encantadora que se me presentó en el D54 y que me reconoció y y quería esconderme bajo tierra. Es que no escarmiento. La chica en cuestión tropezó conmigo cuando ya me iba a casa, me aparté para cederle el paso y se me presentó. Le dí dos besos y ella me ofreció la boca pero yo sólo le rocé los labios porque me dio vergüenza lanzarme. Acompañé a mis amigos al taxi y volví para ver cómo tonteaba con otra. Pero no se liaba con ella y sus amigas me invitaron a casa al irse de la discoteca. Y yo, como siempre, pasé de todo y me fui a mi casa. La semana siguiente ya estaba agarrada de la chica con la que tonteaba, obviamente más interesada en ella que en mí. Siete días después, en un vergonzante estado de intoxicación etílica, me la encontré en los baños del D54 y se me acercó a saludar y yo, muerta de la risa le decía que me gustaba y que estaba loca de celos de verle liarse con otra. Y a ella le hacía gracia y me abrazaba. Tarde un par de semanas más en volver a verla, o sea, nada hasta este sábado. Sólo que esta vez yo estaba serena y consciente y bastante avergonzada y cuando me saludó desde el otro lado de la barra mi primer impulso fue salir corriendo. Pero me acerqué para disculparme y decirle que, en aquel estado de inconsciencia no se podía dar crédito a nada de lo que dijera. Me contestó con una sonrisa. Después nos cruzamos por la calle yo crucé a la acera de enfrente para no coincidir. Me daba vergüenza. Tanto rollo de la Diva y basta una sonrisa para hundirme en la miseria...
Ms Missie se ríe y me recuerda lo insegura que soy siempre con las mujeres. Yo le replico que me pasa con las mujeres, los hombres, los peces y hasta con las piedras. Detrás de cada gran gesto se esconde una coartada.
Si protesto y reniego de la falta de interés del género femenino por mi persona, Ms Missie me recuerda el modo en que yo trato al género masculino e incluso (especificando un poco creíble "sin rencores...") el modo en que le traté a ella. Y me recuerda... "y yo te quería".
Estamos en lo de siempre, la gran cadena del triángulo eterno. Siempre nos gusta alguien a quien no interesamos en absoluto y quien más se interesa por nosotros sólo recibe nuestro desinterés. Y siempre es quien nos rechaza cruel y nosotros al rechazar simplemente hacemos lo correcto. Tener eso claro hace que me tome bastante mejor las calabazas aunque no evita que me sigan afectando, que después de cada rechazo me de más miedo reintentarlo.
La carga de la Diva, qué se le va a hacer... Lo habitual, poner mi mejor sonrisa y fingir que no me afecta. Azotar a alguna de mis doncellas para superar mi frustración y pensar que es un problema del mundo y no mío.
Pero la que me mira desde el espejo se parte de la risa y me pregunta: ¿qué esperabas?. Como si ella ya supiera que no voy a lograrlo, como si no me lo mereciera.
Lo de siempre, mi corazón me hace débil. Mi cabeza, fuerte.