La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

lunes, septiembre 12, 2005

Lobotomía

Hablando con Kurai Neko confieso que he tenido miedo de recaer pero no hago nada por evitarlo. Me dice que me entiende y que tengo que aferrarme al control de mi mente aunque sabe como yo que no es tan fácil luchar contra tu propia cabeza. Es una batalla pérdida de antemano. Haga lo que haga me voy a sentir mal, si no hago nada, también.
Es difícil asumir que tu peor enemigo forma parte de ti de un modo tan complejamente entrelazado que tratar de librarte de él sería un suicidio. Nus me pide, como un favor personal, que vuelva a la medicación. Pero tú te acuerdas como soy cuando me tomo las pastillas y sabes que entonces ya no queda nada de mí. Además, sabes que son altamente incompatibles con la letra mayúscula de los fines de semana.
Sería mejor volver a la estabilidad cómoda de la química que me mantiene estable y en calma. Todo el día andaría por la calle con una estúpida sonrisita, sin tensión, sin angustia, sin obsesiones... No discutiría con nadie, no me pondría a la defensiva, no tendría ataques de pánico, no tendría cambios bruscos de humor... Me dejaría llevar como un río suave hacia el mar y me fundiría entre la multitud, completamente integrada sin sentirme constantemente vulnerable. No vería las relaciones con los demás como una invasión de mi intimidad ni me sentiría tan dolida ante cada rechazo. No rechazaría mis peculiaridades ni mis diferencias ni las vería como una desventaja social. Aceptaría mi timidez sin tener que disfrazarla con la máscara de la diva...
Si volviera a la cómoda estabilidad de la química que me mantiene estable y en calma perdería todos los colores de mi arco iris, mi personalidad poliédrica. Nunca me irritaría la gente que me ofende y tragaría con todo. No me emocionaría con las pequeñas cosas como ganar una partida de ajedrez, una buena metáfora, un color bonito en el cielo por la tarde, el granizado de naranja o el suizo de La Seu, que venga el metro justo cuando bajo a la estación, que una chica guapa me sonría, que baje por fin el archivo que estaba buscando, encontrar en alguna caja una vieja carta de amor, que alguien a quien respeto me considere inteligente, la escena más sutil de una película, flores de color azul, una buena tormenta, un viaje largo en coche, esa, esa canción...
No podría hacer las paces tras una bronca melodramática, no me quedaría pensando durante horas en aquella mirada, no recordaría los detalles de cada segundo que ha cambiado mi vida...
Lo siento, Nus, pero no puedo venderme tan barato, no puedo renunciar a ser una zumbada sólo para ser normal porque dejaría de ser especial para ser corriente, porque sería como el agua templada y me vaciaría del todo. Porque sería como lobotomizarme, sería una muerte en vida...
Y lo sabes, sabes que entonces, ya no sería yo...

Aviéntame...

Encuentro en los archivos de Imdb el perfil de mi Peregrina. Todos los días busco en mi correo alguno suyo...
Cuando yo era la Cautiva del Laberinto sólo podía ilusionarme saber que mi Peregrina iba en busca de la luz, que algún día podría iluminarme, y fui tan ciega que al tener esa luz delante me dejé cegar y dejé que me devorase el dragón...
Conocí a mi Peregrina en Madrid, pero le conocí mucho antes. La primera vez que la vi, su silueta recortada contra la luz de la ventana le confería un aura divina. Si ya le quería mucho, ahí es donde me enamoré. Estaba totalmente hipnotizada por su voz grave y su acento extranjero, por sus ojos de mar de invierno en los que no había sitio para las mentiras. Su ilusión, su sentido del deber, su honestidad, su bondad, su alegría de vivir... era el bálsamo de todos mis males. Pero su cobardía fue mi mayor dolor. Aún hoy recordarlo sigue abriendo pequeñas grietas en la pared de piedras que me aisla.
Y tú sabes, Peregrina, que mis lágrimas siempre fueron sinceras, que hice cuanto pude por no derramarlas, pero que crecieron hasta llenarme como un mar y desbordarse. Y tú pudiste salvarme, porque sólo tú podías hacerlo, y me diste la espalda. Se te llenó la boca de excusas pero quien nunca miente sabe que sus excusas siempre suenan a falsa verdad. Y te fuiste alejando y pretendías que yo siempre estuviera ahí, pero a mí se me llevaba el río de la vida, lejos, lejos... hacía el oscuro profundo mar...
Yo quería ser fuerte y quería salvarme ( y tú me mandaste "No te salves" de Benedetti por mi cumpleaños...) y quería quererme como tú me querías porque yo te quería mucho más de lo que ninguna de las dos nos merecíamos (a los hechos me remito). Y me decías que me querías (delante de tus amigos) y me lo hacías sentir (a solas, a solas). Y yo me levantaba cada día sólo por ti y quería ser más fuerte, más guapa, más inteligente (por ti, sólo por ti) y hacer miles de cosas para que te sintieras orgullosa de mí, para ser la mujer que yo creía que tú te merecías. Pero nunca lo conseguía, sólo me sentía más débil, más estúpida, más fea y ya no me apetecía hacer nada porque tú me estabas partiendo el corazón. Y yo, que siempre voy de cerebro por la vida, soy sólo corazón y sin eso ya no soy nada.
Sabes que nunca jugué contigo, que siempre fui sincera. Incluso cuando tenía el corazón dividido (y tú te empeñaste en conocer a quien te arrebataba la mitad de mi corazón), a pesar de que no hubiera ningún compromiso, ninguna obligación. Y me llorabas por teléfono porque decías que te dolía que hubiera alguien más, cuando sabías que una palabra tuya habría bastado para que nadie más cupiera. Pero te acobardaste y no tuviste el valor de decirme lo que sentías, lo que yo necesitaba escuchar. Café Tacuba cantaba "Aviéntame" y lloro cada vez que escucho esa canción porque me recuerda a ti, porque me la mandaste en sustitución a las palabras que no decías.
Cara a cara sabía que te avergonzabas de mí, porque me lo hacías sentir, porque era tan obvio que no te sentías orgullosa de mí cuando tus amigos estaban delante, y tu tacto era tan frío en público... Y me engañaste al decir que fueron mis dudas lo que te pesó a la hora de decidirte por mí, porque tú sabías de sobra que a ti te quería mucho más. Ella se moría de celos sólo con la sombra de tu nombre. Pero eso no significaba nada para ti. Siempre metida en tu coraza de valor, que sólo te quitaste cuando ya me habías quitado del medio.
Siempre que pienso en ti, me acuerdo de tus ojos de mar de invierno...
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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