La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

lunes, septiembre 05, 2005

With or without you

El hecho de saber que estoy haciendo lo correcto no me libera de la pesada carga de azul que me invade. Como un mar que me inunda tiñiéndome de añil a su paso. Pero siendo sincera conmigo misma, debo admitir que si no lo hubiera hecho, también me sentiría mal. ¿Qué se supone que debería de hacer entonces?
Teniendo en cuenta que elija el camino que elija, lo voy a pasar mal, al menos me queda el consuelo tonto de saber que estoy haciendo lo que debo. Si yo no me quiero, ¿quién me va querer? Si no empiezo a valorar lo que puedo ofrecer, ¿cómo espero que los demás lo valoren cuando se lo entrego? Si nadie valora lo que puedo dar, ¿quién va a darse a mí?
La que me mira desde el espejo está ilocalizable hoy.
He estado moviendo cajas hacia la pared del fondo para liberar mi espacio hacia la ventana. Necesitaba aire. Luego me he dado cuenta de que, si me estaba ahogando, no era por falta de espacio en mi cuarto. Se me han escapado cuatro lágrimas silenciosas. Luego ha llegado el Vizconde Blazz y me ha dado vergüenza, así que le he dicho que tenía sueño y me he escondido en mi cueva. He estado masticando la angustia hasta quedarme dormida.

Alea jacta est

Me levanto con una sensación extraña. Al final no fuimos a La Soirée porque, tanto el Vizconde Blazz como yo, estábamos agotados. Se supone que después de haber dormido tanto debería despertar relajada y descansada. Pero no es así.
He estado hablando un rato con Kurai Neko y con Nus. Opiniones distintas sobre el mismo tema. Al final, decide la que me mira desde el espejo, como siempre. Me amenaza con sus risas y llantos, con sus gritos y sus burlas. Me recuerda situaciones pasadas. Me conoce bien.
Le envío un sms y le digo que no puedo seguir hablando con ella, que doy por cancelada nuestra cita del día veinte. Le explico que no puedo esperar a saber qué quiere o qué espera de mí, ni qué está dispuesta a hacer, porque ya sé la respuesta. Intento hacerle ver la tortura que para mí supone su ausencia o su presencia. Le cuento cuanto me disgusta mi propio comportamiento reprochador. Le hago ver que ya sé lo poco que le importa y lo fácil que va a olvidarse del tema por su volatilidad y su inconstancia. Le envío mis mejores deseos.
Es una despedida, obviamente.
Ella me contesta con un tono absolutamente condescendiente diciendo que lo que ella quiere es mi amistad y que, si yo creo que me va a hacer daño, haga lo que crea conveniente, que no quiere que lo pase mal.
Estamos en lo de siempre, no me entiende. Yo me refiero a un concepto global de la relación que tengo con ella y ella se limita a pensar que yo estoy eligiendo (o que le pido que elija) entre amor y amistad. Cuando yo ya he elegido en favor de la amistad hace mucho tiempo. No quiere que seamos amigas, si no mi amistad, o sea, que yo lo sea, que yo ceda siempre, que siempre este ahí, que le escuche y le comprenda, que le apoye, pero sin que ello le suponga a ella la más mínima molestia porque en el fondo soy totalmente prescindible y ella no movería ni una célula de la capa más externa de la piel de su dedo menos útil por mí. Después de una bronca terrible y meses sin hablar, esto es todo el gran esfuerzo que ella considera necesario para recuperar mi amistad.
Soy así y no puedo cambiarlo. Después de una tormenta espero un arco iris, si no no me parece que haya salido el Sol. Después de una bronca no me basta con una disculpa. Como cuando te confiesas, sin propósito de enmienda no hay absolución. Y yo tenía que haberlo visto claro cuando ella insistía tanto en que yo volviera a hablar con ella, y al preguntarle qué estaba dispuesta a hacer para recuperar mi amistad se limitaba a decir que no lo sabía, que estaba aquí. Pero eso no me basta.
Ella es así y no puedo cambiarlo. Es más fácil cambiar de persona que intentar cambiar a una persona. Algunas personas no saben cómo tratar a la gente y están tan acostumbradas a que el mundo gire a su alrededor que no están dispuestas a sacrificarse por nadie, ni lo más mínimo.
Durante dos años no me ha importado, he sido una creyente incondicional. Tenía tan sobre-estimada su amistad que podía superar con creces cualquier otro sentimiento que tuviera por ella. Pero he abierto los ojos. Me he dado cuenta de que no es amiga mía, de que nunca lo ha sido, de que realmente no le importa que yo sea amiga suya o no. ¿Cómo va a ser importante para mí alguien a quien yo le importo tan poco?
Y es la respuesta a esta pregunta lo que me ha hecho decidirme. A lo largo del año pasado me he visto en la difícil situación de tener que sacar de mi vida a varios amigos a los que yo tenía puestos en un altar pero que no estaban dispuestos a dar a nuestra amistad el valor que yo le daba. Para mí es el mayor vínculo y no tiene nada que ver con la sangre ni con el sexo, es incondicional y puede con todo. Si no es así, no me sirve.
Me he cansado de ser siempre yo la que se entrega a amantes, amigos y familia que no creen necesario pensar un sólo segundo en lo que yo quiero, en lo que yo creo o en lo que yo siento. Sería una falta de respeto para la gente que de verdad me quiere. Prefiero estar sola a malgastar mi energía en personas que no la valoran.
La que me mira desde el espejo me está dando un abrazo.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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