La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

martes, octubre 25, 2005

Zyberspace

Hoy se celebra en este país, por vez primera, el Día de Internet. Somos aproximadamente dieciséis millones de internautas, un porcentaje dentro de la población total bastante bajo si nos comparamos con el resto de países civilizados.
La red de redes comenzó como una herramienta militar. Años después los pacifistas la han utilizado para hacer campañas antibélicas. Es obvio que internet ha hecho el mundo más pequeño haciéndonos ver lo grande que es. Ha cambiado el modo de comunicarse, las maneras de transmitir comunicación, los negocios, el arte, las relaciones sociales... No se puede dar la espalda al desafío que interne desde la tecnología hasta el más simple detalle de la vida humana.
Me compré mi primer ordenador hace unos siete años. Ya había utilizado antes en la escuela y en casa de amigos computadoras pero tener una en casa me suponía un reto porque a pesar de mi tecnofília mis conocimientos sobre su uso y posibilidades eran muy limitados. A las dos semanas descubrí internet. Empezaba a popularizarse aunque ni de lejos tenía el auge que ha llegado a alcanzar hoy. Tuve que aprender a protegerme de virus, gusanos, troyanos y malvados hackers y crackers. Descubrí un paraíso de información multilingüe que ampliaba el cielo que ya suponía para mi ir a la Biblioteca, ampliando con datos de fácil acceso, textos, imágenes, vídeos y pistas de audio que satisfacían mi curiosidad. Pude comunicarme con amigos que estaban lejos de un modo barato y cada vez más sencillo y personal, conocer gente, darme a conocer...
Para mí es uno de los mejores inventos del mundo tecnológico y un universo que dudo jamás pueda terminar de descubrir. Gracias a él podéis leerme.
La que me mira desde el espejo se ha ido a leer sus e-mails.

Vuelva usted mañana

En cada ocasión en la que me he visto obligada a trabajar cara al público o atendiendo telefónicamente siempre he intentado dar el trato que me hubiese gustado recibir. Procuraba ser educada y atenta, cortés y eficaz. Intentaba dar soluciones prácticas de un modo rápido. Quizás porque en infinidad de ocasiones he tropezado con los malos modos, la inutilidad y la pasividad de quienes me atendían a mí.
Esta mañana tenía que ir al banco a pagar un recibo. Es algo que realmente me fastidia. Los bancos son, por razones más que evidentes, lugares hostiles para mí. Suelo domiciliar las facturas simplemente para evitarme esa molestia. Pero vaya, a veces se me cuela alguno y me veo obligada a pasar por ese ritual de pérdida de tiempo y de paciencia que supone perder media mañana haciendo cola para que luego alguien arrogante me saque de quicio desde el otro lado del mostrador. ¿Por ejemplo? Veamos el caso de hoy. Tenía que pagar un recibo y no tenía el recibo porque al estar domiciliado sólo me envían la factura del consumo o una carta con un número de referencia para abonarlo en el banco. Ya para empezar la mayoría de los bancos grandes suelen tener un horario muy limitado para pagar recibos, que jamás suele coincidir con mi tiempo libre. Así que me toca hacer el ingreso directamente en cuenta, como si se tratase de una transferencia, lo que supone que mi único recibo es el resguardo de ingreso, porque no me cuñan la carta con el número de referencia que según la compañía acreedora es mi prueba de pago. Ya que es un banco de los muchos que aparecen en la lista de posibles para realizar dicho trámite voy directamente con la carta, el dinero y mi documentación. En ocasiones anteriores he realizado la gestión de ese modo y nunca me había supuesto un problema. Hasta que llegó el inepto de turno. Me insiste en que necesita el número de cuenta, a pesar de que yo llevo un número de referencia que siempre me ha servido como medio de pago. Me dice que la compañía a la que intento pagar tiene varios números de cuenta y que él no sabe a cual ingresarlo. Desde el otro lado del mostrador puedo ver junto a su ordenador una lista con el logotipo que coincide con el de la carta que llevo como referencia, con distintos números de cuenta asociados a distintos códigos postales. De esa lista sacaron en ocasiones anteriores el número para hacer mi ingreso. Pero Don Inepto me insiste en que me vaya, llame a la compañía, pida el número de cuenta y vuelva mañana. Cómo no llevo el móvil encima, el único modo de llamar es salir del banco. Entonces me doy cuenta de que faltan cinco minutos para que cierren y caigo en el detalle de porqué este tipo se empeña en no querer aceptar mi cobro. Para el supondría una gestión de tres minutos y eso haría que tuviera que dejar su mesa justo a la hora en punto y cuando yo he llegado ya estaba recogiendo. Le insisto en que las veces anteriores, sus compañeros no me han dado tantos problemas. Él, alzando el tono de voz, me da a entender bastante descortésmente que no tiene intención de hacer el más mínimo esfuerzo por hacer su trabajo. Y yo, tratando de no rebajarme a su nivel, le aclaro que acabo de entender que su ineficacia es evidentemente una muestra de pereza y que me ofende terriblemente su tono descortés. Se da por ofendido y yo me marcho, acordándome de su madre. Vuelva usted mañana.
La que me mira desde el espejo rasga violentamente las cartas del banco.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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