Aquellas pequeñas cosas...
Escucho a Serrat y me acuerdo de ella. No creo que le guste Serrat (tampoco se lo he preguntado) pero a mí sí me gusta Serrat. Y me gusta ella. Y me disgusta...
Hago mi lista de las características que busco en alguien y casi no coincide. Debería ser un hombre, o una mujer. Es lo que tiene ser bisexual, que cosas tan poco importantes como el género no te importan. Pero luego mi lista se divide en dos. Decía Alice Pieszecki (el personaje que Leisha Hailey interpreta en "The L word") que ella, como bisexual, buscaba las mismas cosas en un hombre que en una mujer. Lo pienso y sé que yo busco cosas diferentes. Me basta con intentar recordar a mis ex y lo que tienen en común y lo que les diferencia.
Ya para empezar me engaño con los básicos. Inteligente y con sentido del humor. Pero luego te gusta alguien que no es ni de lejos tan inteligente como tú y que no tiene sentido del humor, o que lo tiene, pero no te gusta. Supongo que el hombre de mi vida tenía razón, que busco a alguien con todas mis virtudes y ninguno de mis defectos, que me trate como a Dios (para eso somos diosas, ¿no?) aunque sepa que sólo soy una pobre diabla.
Luego resulta que para los hombres, me gusta un tipo de hombre para el placer ocasional con el que jamás querría una relación seria y los que me gustan para algo duradero no suelen ser los que disparan mis hormonas. ¿Condicionamiento social? No sé. Pero yo necesito un hombre de verdad para volverme loca, un autentico y genuino macho, grande, bruto, callado, de los que te hacen sentir pequeña y frágil y te cuidan como a un tesoro. Es fácil hacerles sentir débiles y pequeños y jugar con ellos de un modo perverso. Y claro, ya estamos en lo de siempre. Por mucho que te eroticen, no puedes enamorarte de alguien a quien no respetas. Y yo no puedo respetar a alguien que me parece inferior o manipulable, porque sale la Odiosa que hay en mí y me vuelvo cruel.
Pero para que alguien dure en mi vida más de lo que estos duran en mi cama, necesito un tipo serio e inteligente, un caballero a la antigua, de los que te ceden el paso y te invitan a cenar, de los que sonríen discretamente en lugar de reír y nunca se emborrachan, ni levantan la voz. Un hombre educado y elegante, que despierte mi admiración con su ingenio y su inteligencia. Vamos, la especie en extinción.
Siempre he pensado que uno de los principales impedimentos que he tenido para enamorarme de algún hombre que me convierta en una mujer de bien ha sido el haber conocido al hombre perfecto demasiado pronto. Las comparaciones son odiosas y nadie va a estar jamás a su altura.
Las mujeres...¡ay dolor! eso sí es complicado. Hay un refrán portugués que dice que las mujeres son como las monedas, o caras o cruces. Nunca sé si se refiere a la dualidad femenina o al hecho de que siempre te causan problemas. Y no es un tópico misógino. Yo misma soy mujer y he causado involuntariamente más de uno. Y los que me han causado a mí...
Morenas y serias, siempre lo digo, y que sepan leer. Esa es la base y parece muy simple pero no lo es tanto. Las chicas serias huyen de mí como del demonio. Será porque tengo aspecto de trastornada. El tema de ser bisexual tampoco es algo que a las mujeres les vuelva locas (a los hombres sí, a veces tengo que tener mucho cuidado a la hora de decidir si se lo digo o no a alguno de ellos, porque esas cosas condicionan la idea que tiene de ti). Tampoco soy una reina de la belleza y eso con la edad va empeorando. No sé, no voy a empezar a hacer una lista de mis defectos que ya salen solos ("Cuando conozcas a alguien, busca sus cualidades. Los defectos salen solos") pero deben salir con más facilidad que el acné en los adolescentes, visto lo visto.
Morenas (a pesar de la debilidad fetichista por las pelirrojas) y con la piel clara. Es un tópico, pero en mi agenda se ha repetido bastante, como los ojos azules, verdes y grises. Lo de los ojos, reconozco que me da bastante igual, si me gusta la mirada, me da igual de que color sea. De hecho ella tiene los ojos castaños.
Cuando era pequeña estaba convencida de que la gente con distinto color de ojos, también tenía una percepción distinta de los colores, que veía las cosas diferentes. Luego escribí una historia en la que cada capítulo se llamaba como un color de ojos diferente, dependiendo del estado de ánimo de los personajes. El que estaba dedicado a los ojos azules hablaba de la tristeza y la frialdad, a los verdes de la esperanza y de la crueldad, el de los grises del vacío del alma, el de los castaños de la construcción de la persona. Luego había dos partes muy cortas en la que se hablaba de los ojos amarillos, dorados, como el triunfo y de los ojos iridiscentes como la culminación de la historia.
Mi madre dice que tengo los ojos color miel. My snuggle bunny decía que mis ojos eran color avellana ("hazel eyes, my snuggle bunny..." qué tiernamente cursis eramos...). Yo, la verdad, no sabría decirlo, no sé... ¿castaño claro? aunque supongo que son los puntos amarillos los que los hacen parecer más claros. Y juro que no es una infección parasitaria...
Me gustan las chicas un poco bordes. Las que no lo son se suelen sentir intimidadas con mi sentido del humor. Especifico "un poco" porque mi auto-estima variable se siente amenazada con la gente excesivamente agresiva.
Tengo debilidad por los idiomas. El modo más fácil de que caiga fascinada es oír a alguien que habla más de un idioma con soltura (todos mis ex han sido como mínimo bilingües). Bueno, ¿no dicen que a las mujeres se las conquista por el oído?
Y luego pienso que a pesar de mi debilidad por Uma Thurman (uno de los tres nombres que no se pueden difamar en mi presencia) es lógico que caiga ante Karina Lombard que, aunque como actriz es bastante limitada, tiene una voz profundamente grave con un indescriptible acento, mezcla de los cinco idiomas que habla. Y es morena, claro, y bastante borde y con una sonrisa de las que incendiarían la Luna hasta convertirla en una estrella.
Es fácil pensar. Más difícil es encontrar. Todo el mundo dice que aparece cuando menos te lo esperas. Como apareciendo de repente de entre una multitud donde habías buscado mil veces y nunca encontraste nada interesante.
Hoy he estado todo el día pensando en ella. En su cabello y en sus ojos oscuros. En su voz grave. En el modo en que con una sonrisa me derrumba. Y en la cara de idiota que se me queda cuando no habla en castellano. Y me ha dado pena saber que me considera inteligente, porque eso me recuerda que nunca me fascinará la ingente cantidad de cosas que sabe y porque sé lo poco que le fascina mi inteligencia. Y me he sentido impotente al reconocer que no se pueden forzar las cosas. Y me he sentido muy triste por haber dejado que se filtrase de nuevo en mi alma alguien con quien nunca podré compartirla. Y me ha dado rabia saber que no puedo hablar con ella, porque le castigo, porque me castigo. Porque dije lo que no tenía que decir y ella dijo algo peor y levanté mis murallas y ahora son más altas que las de Jericó. Porque abrí mi puerta para que nadie pasara y luego la cerré de un portazo y ahora cuesta más abrirla. Porque soy tan rencorosa que no le perdono, por mucho que se humille, porque no me perdono el haber sido tan vulnerable. Porque cuando más cerca estás de alguien más difícil es decir las cosas. Y más cuando sabes que sólo podrías estropearlo todo mucho más. Porque las palabras son piedras. Sirven para construir, sirven para destruir. Son duras pero se rompen en mil pedazos. Como yo, cada vez que sé que por ella, en estos ultimos dos años, no he sido capaz de fijarme en nadie más, porque nadie me ha importado lo suficiente. O al menos no tanto como ella. Y sé que es imposible, que no es recíproco y me callo. Y mis palabras se convierten en mi mordaza. Hablo de cualquier otra cosa y disfruto de aquellas pequeñas cosas que al menos me quedan. Mis piedras, mi espejo, mi caja de Pandora, mis ojos y su sonrisa...