Who will save your soul?
Recibo un mensaje de la Princesa exculpando a la Profe de la responsabilidad sobre las acciones del Gusano Tosco. No volveré a comentar otra vez mi opinión sobre las responsabilidades subsidiarias porque creo que ya ha quedado claro. Utiliza la Princesa un golpe bajo para que acalle mi opinión respecto a su novia, me dice que su abuela ha fallecido. La verdad, este tipo de tretas tan rastreras de manipulación y chantaje emocional define de un modo claro a quien las utiliza. Aunque voy a ser buena y lo voy a atribuir a una falta de madurez.
Claro, parece que la Profe necesita guardaespaldas. Bueno, igual se siente atacada, pobrecita, como si a ella le hubieran hecho lo que me han hecho a mí. Igual serían diferentes las cosas si yo, en lugar de acumular rencor ante las ofensas y la falta de disculpas, me hubiera rebajado a comportarme como se han comportado conmigo. Pero me da que empieza a ser una costumbre que la gente necesite de terceras personas que hablen por ellos. Loli! hablaba por Blazz y al final acabó comprometiéndolo en un lío mucho mayor de lo que el propio Blazz podría haber provocado e incluso asegurándose de que no cabía posibilidad de un arreglo posterior. ¡Qué gran amigo! Ya veremos que pasa con el tiempo entre ellos porque yo no adivino el futuro pero tengo memoria. Ahora es la Princesa la que se atribuye ser portavoz de la Profe. Y claro, se supone que, al no desmentirlo nadie, debo tomar las palabras de la Princesa como propias de la Profe. Eso también entra dentro de la categoría de responsabilidad subsidiaria. Luego, que la Profe tenga la desvergüenza de decir que fue culpa mía que no hubiese reconciliación en su momento, que yo no quise, a pesar de que hasta hace bien poco, mi puerta seguía abierta y la única llave que hacía falta para abrirla era una única palabra de disculpa. Pero es obvio el modo en el que se me ha utilizado, cómo se han aprovechado de mi amistad y el poco agradecimiento que han demostrado por ella (que la amistad se paga con amistad, no con otras cosas), hasta dejar claro que les importaba absolutamente nada mi amistad y mi persona. Bueno, no lo valoras, lo pierdes. Ya veremos si encuentras quien te ofrezca algo similar. Porque yo soy muy consciente de lo que soy capaz de dar, de lo que he dado y del pago recibido por ello.
Igual debería buscarme yo también un portavoz que me represente. Alguien que se erigiera en mi defensor y se lanzara al ataque de todos los que me agreden con sus insultos, amenazas, actitudes despectivas, bizarras alianzas, traiciones, mentiras, calumnias y golpes. Alguien que supiera tan bien lo que yo pienso que fuera capaz de hablar por mí cuando yo decidiese no decir nada. Pero, ¿qué se le va a hacer? A mi me han educado para tener coraje, para tener voz, para ser la única responsable de mis actos y de mis palabras, no para esconderme detrás de gorilas y correveidiles. Cuando alguien quiere saber lo que pienso, son mis propias palabras, mi propia voz, mis propios textos los que hablan por mí. Yo soy consecuente con mis opiniones y coherente con las cosas que digo. Mi palabra es una y es de ley. No tengo principios morales que se debiliten ante las circunstancias, por comodidad, cobardía o debilidad. Y, por supuesto, no cargo a nadie con la responsabilidad subsidiaria de hacerse responsable por mí de las cosas que hago y digo. Y gracias a eso duermo muy tranquila por las noches. Cada cual que cargue con su conciencia.
Ante todo, dejar muy claro, tan claro que roce lo cristalino, que en modo alguno me alegro de la defunción de la citada señora. Incluso aunque yo no la conociera, nunca me alegro de que nadie se muera, ni le deseo la muerte a persona alguna por mucho daño que me haya hecho. Y aclaro de nuevo que incluyo a cualquier persona que yo jamás haya conocido.
De todos modos, tampoco soy el tipo de persona que se siente mejor cuando alguien se siente peor. Y el rencor que me ha provocado la falta de amistad de la Profe y sus consecuencias no justifica el caer tan bajo como para aprovechar este tipo de circunstancias para hacerle daño. Y sospecho por lo que debe de estar pasando y me imagino alguno de los pensamientos que le pueden haber cruzado la mente y de qué cosas se pueda acordar en este momento. Pero bueno, seguro que el Gusano Tosco que es un gran amigo suyo, es capaz de apoyarle en estos momentos y hacerle sentir mejor con su gran comprensión sobre la vida y la muerte. Pero sería una cabrona si utilizara la ventaja de las cuatro cosas que pueda saber sobre ella para hacerle daño en una ocasión así. Lo cual no quiere decir que no pudiera hacerlo. Y me consta que la Profe sabe que sí podría hacerlo y que mi elección es no hacerlo. Aunque dado que ha demostrado en los últimos dos meses lo poco que me conoce, supongo que se imaginara que estoy disfrutando con esto. Craso error.
Bueno, tampoco esperaba cuando vino a devolverme las muletas que yo le diera los dvds que le había prometido que le grabaría. Que una persona no valore tus buenas intenciones no quiere decir que tengas que transformarlas en malas intenciones.
Simplemente me limitaré a comentar que el dolor que causa una defunción siempre es puntual, inevitable e imprevisto, incluso en alguien de avanzada edad o que haya pasado por una larga enfermedad. Sin embargo el dolor que a mí se me ha causado ha sido totalmente intencionado, prolongado en el tiempo y evitable. Y me quedaré sin el consuelo de que a alguien le duela haberme herido o se tome la molestia de una disculpa sincera.
Vivimos en una sociedad que no nos prepara para la muerte. Tuve una época en la que coleccionaba miniaturas medievales. La mayoría tenían que ver con las danzas de la muerte. Y no es porque yo tuviera un especial interés en el fin de la vida sino porque en aquella época era un tema recurrente. Había una gran literatura al respecto y se trataba del tema como algo natural, como parte de la vida. También porque entonces, quizás, el poder de la Iglesia católica tenía a la gente más convencida de la existencia de otra vida, lo cual propiciaba la idea de la muerte como un tránsito, no como el final de nada.
Se supone que, siempre siguiendo la tradición cristiana, cuando uno se muere se completa el ciclo de la vida en la Tierra y se inicia el momento de la comunión con Dios. Es entonces cuando llega el tiempo de rendirle cuentas al Altísimo. No antes, puesto que al otorgarse a los hombres el libre albedrío, también se les exime de tener que justificar su comportamiento, bueno o malo, hasta que mueren. Eso sí, al fallecer, Dios saca su libro de cuentas y comprueba el haber y el debe del alma de cada cual. Y es entonces cuando llega el momento de dar explicaciones. Si el balance es negativo, si no amaste a los demás como a ti mismo y a Dios, vas directo al infierno, que lejos de las historias de terror de calderas de azufre y tridentes sostenidos por machos cabríos con los que me educaron las monjas, es la ausencia de Dios. Ese infierno, sin el consuelo del Padre Celestial, es simplemente el más absoluto vacío de amor. Pero también puede darse el caso contrario, que el balance sea positivo, que hayas sembrado el bien a cada paso, que hayas perdonado las ofensas y hayas amado a los demás como a tí mismo y a Dios. Entonces suena el ding-ding de la campana del premio y te toca ir al cielo. Pero no es un paraíso de nubes blancas sobre un cielo azul clarito, no hay ángeles gorditos y asexuados que tocan el arpa. El cielo es la eterna presencia de Dios a tu lado, la cálida sensación de paz y amor que te invade y que no deja ni un sólo resquicio al miedo o al dolor, a la desesperanza o a la soledad. Pero haciendo las cuentas con Dios, a veces pasa, que es como en el ajedrez, que no ganas ni pierdes y todo queda en tablas. A lo mejor has sido bueno pero has hecho cosas malas. A lo mejor has sido malo pero has hecho cosas buenas o te has arrepentido en el último momento. Dios es previsor y te reserva un sitio en el purgatorio mientras decide si subes o bajas en el ascensor de su amor. Entonces no hay que perder la esperanza, no todo está perdido, aún hay posibilidades de subir al cielo. Una de ellas es volver a la Tierra como un espíritu protector enviado del Señor, a echar una mano a otros para darte cuenta, en el fondo, de cuales fueron tus errores y enmendarlos. Y luego el gran clásico, que la gente que te quiera te recuerde en sus oraciones e interceda por tí ante Dios. Bueno, no pinta tan mal. Supongo que a mí me tocaría el purgatorio porque, a pesar de mis buenas acciones, aunque no soy vengativa, sí soy rencorosa y me jode poner la otra mejilla y no perdono a mis enemigos (aunque eso me ayudaría a perdonarme) ni a los que hacen daño a la gente que quiero. Además, prácticamente todo lo que predica el Vaticano convierte mi vida en una sucesión de pecados mortales. Aunque yo, desde mi agnosticismo basal, siempre he sido más cristiana que católica y creo que, si existe el cielo, la llave para entrar no está en cumplir cuatro normas dictadas por un grupo de hombres que viven fuera de la realidad social. Según lo que yo pude deducir de mi lectura de los Evangelios, se trata más bien de ser buena persona, de tratar de cuidar a los tuyos y no permanecer impasible al pesar de los desconocidos, de no regocijarte ni provocar el dolor ajeno. Amor, afecto, sinceridad, respeto, lealtad, comprensión, caridad, honestidad, capacidad de perdonar... Tampoco parece tan difícil, ¿no?
Supongo que si realmente la gente creyera en el cielo y el infierno su comportamiento en la tierra sería diferente. Pero en realidad, la mayoría de la gente sólo se acuerda de Dios cuando está realmente mal. Vivimos de espaldas a la muerte porque la tememos, porque estamos convencidos de que la muerte es el fin. Y no nos creemos del todo eso de que cuando alguien se muere va a estar mejor y que, al morir nosotros, nos reencontraremos. Por eso nos tomamos el fallecimiento de alguien como una dolorosa pérdida y obviamos el hecho de que forma parte del ciclo natural de la vida.
Decía Gerardo Diego: "La vida es un único verso interminable. Nadie llega a su fin. Nadie sabe que el cielo es un jardín". Y a lo mejor es verdad y sería estupendo. Total tampoco ha vuelto nadie de la muerte para desmentirlo. Me gustaría creer que cuando muera no será mi fin. Me gusta la idea de pasar la eternidad en un jardín.
Las teorías orientales hablan de inmortalidad y de reencarnación. Pero eso tampoco me convence demasiado. Una sola vida ya es más que suficiente y más si la vives de un modo intenso. Lo importante es cómo la vives y que huella dejas. ¿No es acaso inmortal Dalí? ¿o Picasso? ¿o Shakespeare? ¿o Leonardo Da Vinci? ¿o Darwin? ¿o Freud?
También estaba esa película "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto" en la que se supone que lo más triste no es morirse sino que nadie te recuerde. Bueno, al menos me queda el consuelo de que siempre quedará quien me recuerde. Y se supone que, siempre según la película, uno sigue vivo siempre que haya alguien que le recuerde... ¿O esa frase era de "Tomates verdes fritos"?
Cuando una persona se muere, los que quedan sufren dos situaciones tipo. Por un lado, viene a la memoria de un modo vivo el dolor de muertes anteriores. Por otro, se replantean su propia vida y su propia muerte.
Los muertos del pasado siempre siguen vivos mientras haya quien los recuerde y cada nueva muerte revive la angustia de su desaparición. Se abre la curiosidad de la nueva víctima de la flaca de la guadaña que vendrá a segar la luz de nuestros ojos.
Y luego, claro, saber si seremos los siguientes o cuándo nos va a tocar ser víctimas o beneficiarios del regalo de la no-vida.
Porque cuando la vida es un infierno, a veces, la muerte es la liberación. Pero, ¿y si nos llega el momento del juicio final? ¿Podremos rendir cuentas de nuestro paso por la tierra con la mirada al frente y la palabra firme?
"Who will save your soul?" era una canción de Jewel. Pero de cantantes folk ya hablaremos otro día. ¿Quién salvará tu alma? Si llegado el momento de tu muerte tienes que ser juzgado, ¿cual será el veredicto? ¿tienes la certeza de que has sido bueno? ¿has sido honrado y decente? ¿has cuidado de los tuyos? ¿te has preocupado por no causar dolor a los desconocidos? ¿o has sido egoísta y desconsiderado? Si te toca el purgatorio, ¿quién rezará por tí para que se salve tu alma?
Supongo que a mí me tocará el purgatorio pero tengo la certeza de que, por lo menos cinco personas rezarán por mí. Del mismo modo que yo invierto cinco minutos en rezar un par de Ave Marías a la Mareta cuando me entero que alguien se ha muerto, le conozca o no, haya sido bueno o malo en la tierra. Nadie se merece morir sin que haya al menos una persona que intente salvar su alma.
Por eso me tomaré la molestia cuando pase por el centro de entrar en la Basílica y acordarme de la abuela de la Profe, aunque no la conociera, aunque no gane nada. Tampoco pierdo nada... Y no necesito que nadie me lo pida, ni lo hago esperando que nadie me lo agradezca. De la relación que yo pueda tener con mi propia fe no tengo que rendir cuentas a nadie y mucho menos en vida.
La que me mira desde el espejo siempre hace a escondidas la genuflexión.
Claro, parece que la Profe necesita guardaespaldas. Bueno, igual se siente atacada, pobrecita, como si a ella le hubieran hecho lo que me han hecho a mí. Igual serían diferentes las cosas si yo, en lugar de acumular rencor ante las ofensas y la falta de disculpas, me hubiera rebajado a comportarme como se han comportado conmigo. Pero me da que empieza a ser una costumbre que la gente necesite de terceras personas que hablen por ellos. Loli! hablaba por Blazz y al final acabó comprometiéndolo en un lío mucho mayor de lo que el propio Blazz podría haber provocado e incluso asegurándose de que no cabía posibilidad de un arreglo posterior. ¡Qué gran amigo! Ya veremos que pasa con el tiempo entre ellos porque yo no adivino el futuro pero tengo memoria. Ahora es la Princesa la que se atribuye ser portavoz de la Profe. Y claro, se supone que, al no desmentirlo nadie, debo tomar las palabras de la Princesa como propias de la Profe. Eso también entra dentro de la categoría de responsabilidad subsidiaria. Luego, que la Profe tenga la desvergüenza de decir que fue culpa mía que no hubiese reconciliación en su momento, que yo no quise, a pesar de que hasta hace bien poco, mi puerta seguía abierta y la única llave que hacía falta para abrirla era una única palabra de disculpa. Pero es obvio el modo en el que se me ha utilizado, cómo se han aprovechado de mi amistad y el poco agradecimiento que han demostrado por ella (que la amistad se paga con amistad, no con otras cosas), hasta dejar claro que les importaba absolutamente nada mi amistad y mi persona. Bueno, no lo valoras, lo pierdes. Ya veremos si encuentras quien te ofrezca algo similar. Porque yo soy muy consciente de lo que soy capaz de dar, de lo que he dado y del pago recibido por ello.
Igual debería buscarme yo también un portavoz que me represente. Alguien que se erigiera en mi defensor y se lanzara al ataque de todos los que me agreden con sus insultos, amenazas, actitudes despectivas, bizarras alianzas, traiciones, mentiras, calumnias y golpes. Alguien que supiera tan bien lo que yo pienso que fuera capaz de hablar por mí cuando yo decidiese no decir nada. Pero, ¿qué se le va a hacer? A mi me han educado para tener coraje, para tener voz, para ser la única responsable de mis actos y de mis palabras, no para esconderme detrás de gorilas y correveidiles. Cuando alguien quiere saber lo que pienso, son mis propias palabras, mi propia voz, mis propios textos los que hablan por mí. Yo soy consecuente con mis opiniones y coherente con las cosas que digo. Mi palabra es una y es de ley. No tengo principios morales que se debiliten ante las circunstancias, por comodidad, cobardía o debilidad. Y, por supuesto, no cargo a nadie con la responsabilidad subsidiaria de hacerse responsable por mí de las cosas que hago y digo. Y gracias a eso duermo muy tranquila por las noches. Cada cual que cargue con su conciencia.
Ante todo, dejar muy claro, tan claro que roce lo cristalino, que en modo alguno me alegro de la defunción de la citada señora. Incluso aunque yo no la conociera, nunca me alegro de que nadie se muera, ni le deseo la muerte a persona alguna por mucho daño que me haya hecho. Y aclaro de nuevo que incluyo a cualquier persona que yo jamás haya conocido.
De todos modos, tampoco soy el tipo de persona que se siente mejor cuando alguien se siente peor. Y el rencor que me ha provocado la falta de amistad de la Profe y sus consecuencias no justifica el caer tan bajo como para aprovechar este tipo de circunstancias para hacerle daño. Y sospecho por lo que debe de estar pasando y me imagino alguno de los pensamientos que le pueden haber cruzado la mente y de qué cosas se pueda acordar en este momento. Pero bueno, seguro que el Gusano Tosco que es un gran amigo suyo, es capaz de apoyarle en estos momentos y hacerle sentir mejor con su gran comprensión sobre la vida y la muerte. Pero sería una cabrona si utilizara la ventaja de las cuatro cosas que pueda saber sobre ella para hacerle daño en una ocasión así. Lo cual no quiere decir que no pudiera hacerlo. Y me consta que la Profe sabe que sí podría hacerlo y que mi elección es no hacerlo. Aunque dado que ha demostrado en los últimos dos meses lo poco que me conoce, supongo que se imaginara que estoy disfrutando con esto. Craso error.
Bueno, tampoco esperaba cuando vino a devolverme las muletas que yo le diera los dvds que le había prometido que le grabaría. Que una persona no valore tus buenas intenciones no quiere decir que tengas que transformarlas en malas intenciones.
Simplemente me limitaré a comentar que el dolor que causa una defunción siempre es puntual, inevitable e imprevisto, incluso en alguien de avanzada edad o que haya pasado por una larga enfermedad. Sin embargo el dolor que a mí se me ha causado ha sido totalmente intencionado, prolongado en el tiempo y evitable. Y me quedaré sin el consuelo de que a alguien le duela haberme herido o se tome la molestia de una disculpa sincera.
Vivimos en una sociedad que no nos prepara para la muerte. Tuve una época en la que coleccionaba miniaturas medievales. La mayoría tenían que ver con las danzas de la muerte. Y no es porque yo tuviera un especial interés en el fin de la vida sino porque en aquella época era un tema recurrente. Había una gran literatura al respecto y se trataba del tema como algo natural, como parte de la vida. También porque entonces, quizás, el poder de la Iglesia católica tenía a la gente más convencida de la existencia de otra vida, lo cual propiciaba la idea de la muerte como un tránsito, no como el final de nada.
Se supone que, siempre siguiendo la tradición cristiana, cuando uno se muere se completa el ciclo de la vida en la Tierra y se inicia el momento de la comunión con Dios. Es entonces cuando llega el tiempo de rendirle cuentas al Altísimo. No antes, puesto que al otorgarse a los hombres el libre albedrío, también se les exime de tener que justificar su comportamiento, bueno o malo, hasta que mueren. Eso sí, al fallecer, Dios saca su libro de cuentas y comprueba el haber y el debe del alma de cada cual. Y es entonces cuando llega el momento de dar explicaciones. Si el balance es negativo, si no amaste a los demás como a ti mismo y a Dios, vas directo al infierno, que lejos de las historias de terror de calderas de azufre y tridentes sostenidos por machos cabríos con los que me educaron las monjas, es la ausencia de Dios. Ese infierno, sin el consuelo del Padre Celestial, es simplemente el más absoluto vacío de amor. Pero también puede darse el caso contrario, que el balance sea positivo, que hayas sembrado el bien a cada paso, que hayas perdonado las ofensas y hayas amado a los demás como a tí mismo y a Dios. Entonces suena el ding-ding de la campana del premio y te toca ir al cielo. Pero no es un paraíso de nubes blancas sobre un cielo azul clarito, no hay ángeles gorditos y asexuados que tocan el arpa. El cielo es la eterna presencia de Dios a tu lado, la cálida sensación de paz y amor que te invade y que no deja ni un sólo resquicio al miedo o al dolor, a la desesperanza o a la soledad. Pero haciendo las cuentas con Dios, a veces pasa, que es como en el ajedrez, que no ganas ni pierdes y todo queda en tablas. A lo mejor has sido bueno pero has hecho cosas malas. A lo mejor has sido malo pero has hecho cosas buenas o te has arrepentido en el último momento. Dios es previsor y te reserva un sitio en el purgatorio mientras decide si subes o bajas en el ascensor de su amor. Entonces no hay que perder la esperanza, no todo está perdido, aún hay posibilidades de subir al cielo. Una de ellas es volver a la Tierra como un espíritu protector enviado del Señor, a echar una mano a otros para darte cuenta, en el fondo, de cuales fueron tus errores y enmendarlos. Y luego el gran clásico, que la gente que te quiera te recuerde en sus oraciones e interceda por tí ante Dios. Bueno, no pinta tan mal. Supongo que a mí me tocaría el purgatorio porque, a pesar de mis buenas acciones, aunque no soy vengativa, sí soy rencorosa y me jode poner la otra mejilla y no perdono a mis enemigos (aunque eso me ayudaría a perdonarme) ni a los que hacen daño a la gente que quiero. Además, prácticamente todo lo que predica el Vaticano convierte mi vida en una sucesión de pecados mortales. Aunque yo, desde mi agnosticismo basal, siempre he sido más cristiana que católica y creo que, si existe el cielo, la llave para entrar no está en cumplir cuatro normas dictadas por un grupo de hombres que viven fuera de la realidad social. Según lo que yo pude deducir de mi lectura de los Evangelios, se trata más bien de ser buena persona, de tratar de cuidar a los tuyos y no permanecer impasible al pesar de los desconocidos, de no regocijarte ni provocar el dolor ajeno. Amor, afecto, sinceridad, respeto, lealtad, comprensión, caridad, honestidad, capacidad de perdonar... Tampoco parece tan difícil, ¿no?
Supongo que si realmente la gente creyera en el cielo y el infierno su comportamiento en la tierra sería diferente. Pero en realidad, la mayoría de la gente sólo se acuerda de Dios cuando está realmente mal. Vivimos de espaldas a la muerte porque la tememos, porque estamos convencidos de que la muerte es el fin. Y no nos creemos del todo eso de que cuando alguien se muere va a estar mejor y que, al morir nosotros, nos reencontraremos. Por eso nos tomamos el fallecimiento de alguien como una dolorosa pérdida y obviamos el hecho de que forma parte del ciclo natural de la vida.
Decía Gerardo Diego: "La vida es un único verso interminable. Nadie llega a su fin. Nadie sabe que el cielo es un jardín". Y a lo mejor es verdad y sería estupendo. Total tampoco ha vuelto nadie de la muerte para desmentirlo. Me gustaría creer que cuando muera no será mi fin. Me gusta la idea de pasar la eternidad en un jardín.
Las teorías orientales hablan de inmortalidad y de reencarnación. Pero eso tampoco me convence demasiado. Una sola vida ya es más que suficiente y más si la vives de un modo intenso. Lo importante es cómo la vives y que huella dejas. ¿No es acaso inmortal Dalí? ¿o Picasso? ¿o Shakespeare? ¿o Leonardo Da Vinci? ¿o Darwin? ¿o Freud?
También estaba esa película "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto" en la que se supone que lo más triste no es morirse sino que nadie te recuerde. Bueno, al menos me queda el consuelo de que siempre quedará quien me recuerde. Y se supone que, siempre según la película, uno sigue vivo siempre que haya alguien que le recuerde... ¿O esa frase era de "Tomates verdes fritos"?
Cuando una persona se muere, los que quedan sufren dos situaciones tipo. Por un lado, viene a la memoria de un modo vivo el dolor de muertes anteriores. Por otro, se replantean su propia vida y su propia muerte.
Los muertos del pasado siempre siguen vivos mientras haya quien los recuerde y cada nueva muerte revive la angustia de su desaparición. Se abre la curiosidad de la nueva víctima de la flaca de la guadaña que vendrá a segar la luz de nuestros ojos.
Y luego, claro, saber si seremos los siguientes o cuándo nos va a tocar ser víctimas o beneficiarios del regalo de la no-vida.
Porque cuando la vida es un infierno, a veces, la muerte es la liberación. Pero, ¿y si nos llega el momento del juicio final? ¿Podremos rendir cuentas de nuestro paso por la tierra con la mirada al frente y la palabra firme?
"Who will save your soul?" era una canción de Jewel. Pero de cantantes folk ya hablaremos otro día. ¿Quién salvará tu alma? Si llegado el momento de tu muerte tienes que ser juzgado, ¿cual será el veredicto? ¿tienes la certeza de que has sido bueno? ¿has sido honrado y decente? ¿has cuidado de los tuyos? ¿te has preocupado por no causar dolor a los desconocidos? ¿o has sido egoísta y desconsiderado? Si te toca el purgatorio, ¿quién rezará por tí para que se salve tu alma?
Supongo que a mí me tocará el purgatorio pero tengo la certeza de que, por lo menos cinco personas rezarán por mí. Del mismo modo que yo invierto cinco minutos en rezar un par de Ave Marías a la Mareta cuando me entero que alguien se ha muerto, le conozca o no, haya sido bueno o malo en la tierra. Nadie se merece morir sin que haya al menos una persona que intente salvar su alma.
Por eso me tomaré la molestia cuando pase por el centro de entrar en la Basílica y acordarme de la abuela de la Profe, aunque no la conociera, aunque no gane nada. Tampoco pierdo nada... Y no necesito que nadie me lo pida, ni lo hago esperando que nadie me lo agradezca. De la relación que yo pueda tener con mi propia fe no tengo que rendir cuentas a nadie y mucho menos en vida.
La que me mira desde el espejo siempre hace a escondidas la genuflexión.