La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

sábado, septiembre 10, 2005

Génesis

Siempre he sido una persona creativa, con una imaginación desarrollada y la capacidad de expresar mi mundo interior de modo que el resto de la gente lo pudiera vivir como su fantasía. De pequeña cantaba en el coro pero lo dejé porque no conseguía tener el talento de las solistas. Luego la vida (o las hormonas) me premió con un cambio de voz post-adolescente. Ahora es como el croar de un sapo (¿croan los sapos o sólo las ranas?). Sólo una de mis primas cantaba mejor que yo, sólo que lo hace tan bien que era la única que tenía posibilidades de seguir haciéndolo. Y yo dejé de cantar.
También he dibujado durante la mayor parte de mi vida. Casi nunca figurativo, casi siempre un simbolismo extraño y una combinación de colores diferente a lo que debería ser considerado estético. Pero realmente sólo dibujo cosas interesantes cuando estoy en plena fase de crisis y luego cuando se me pasa me da tanta rabia ver el reflejo de mi locura que lo destruyo todo... A mi madre le encanta dibujar. Siempre ha sido la artista con talento de la familia, la gran pintora que entró becada en Bellas Artes antes incluso de tener la edad para hacerlo. Ahora casi nunca dibujo.
Yo siempre he sido la que escribía. Al menos en mi familia siempre se me ha atribuido ese don. Claro que nadie de mi familia lee nunca lo que yo escribo. Nunca lo han hecho. Tampoco creo que lo entendieran, francamente. No recuerdo cuando empecé a escribir. Sé que cuando llegué a la escuela ya sabía leer y escribir porque me enseñaron en casa. Desde que recuerdo saber escribir, recuerdo haber escrito mis propias historias. Me aburría tanto en el colegio que esa era la forma más sencilla de escapar. Las otras resultaron siempre mucho más difíciles. Pero es el camino de las piedras el que siempre recuerdas.
Nunca he creído que tuviera realmente un gran talento para escribir. Mis personajes siempre eran planos y repetitivos. Mis metáforas retorcidas y mis frases demasiado largas. Mi sentido de la gramática y la ortografía siempre ha brillado por su ausencia. Repito temas, divago sobre las tramas. Enredo y desenredo las ideas como una mosca tratando de librarse de una tela de araña. En medio de un párrafo me quedo estancada sin saber realmente de que estaba hablando...
Se me da bien redactar, podría decirse así. Me hubiera ganado bien la vida como escribiente de cartas en tiempos de una mayoría analfabeta.
De todos modos, me considero mi mejor creación. Soy mi mejor personaje. Me he dibujado tan perfectamente que la mayoría de la gente es incapaz de percibir ese pequeño matiz que delimita el contorno de lo que soy y de lo que pretendo. Y no importa que lo llame Zynamon (cinnamon from Zyberspace, la dulce dibujante europea perdida entre un grupo de brutas bolleras americanas), o Arielle Krubba (la superviviente judía que cantaba en francés y leía a Borges), o Kontuz Kotzebue (la escritora sin talento y desencantada, fundadora de "The Eclectic Library") o la Diosa Odiosa (icono gay, absurda y fabulosa)... Todas en el fondo no son más que bocetos del dibujo final, una mala copia, una mancha borrosa de la persona que se esconde en mi espejo.
La que me mira desde el espejo se está haciendo un autorretrato y se borra con una esponja azul antes de que me de tiempo a echar un vistazo.

Sabbath

Según el Génesis, Dios creo el mundo en seis días y descansó el séptimo, el sabbath. Yo soy incapaz de hacer nada en tan poco tiempo...
¿Cómo sería? No sé... Trato de imaginarlo. Al principio no hay nada, ni tiempo ni espacio, sólo yo, la Diosa Odiosa y soy infinita y eterna. Y un día (o lo que sea) se me ocurre crear el Universo. Así, porque sí, sin ningún motivo. Lo voy a hacer a mi gusto, a mi medida. Sin prisas, sin planes. Podría empezar con... ¡qué oscuro es todo! ¡Que se haga la luz! Y la luz es buena (excepto cuando sales tambaleándote de la discoteca a las ocho de la mañana) así que voy a separarla de las tinieblas para poder diferenciarlas. Y luego podría separar el cielo de la tierra. Total, ¿qué me cuesta? Y ya puestos podría llenar el cielo de planetas y estrellas y un montón de nebulosas y asteroides y agujeros negros... para que luego los astrólogos crean que el destino lo rigen las estrellas y no yo. La tierra la voy a dividir en dos, continentes y océano. El barro lo ensucia todo y no se puede estar todo el día recurriendo a las doncellas. El mar lo voy a llenar de peces (me gustan los peces), unos se comerán a los otros y luego serán comidos. Así se irán renovando. En la tierra voy a poner un montón de plantas, que según el feng shui equilibran mi chi, y además porque me gusta el color verde, tan fresquito... Crearé también animales que se comerán las plantas y más animales que se comerán a los otros animales y pondré cocodrilos y osos panda y dinosaurios y ardillas y víboras y loros y gatos y... ¡uys! Se me está yendo la mano... Voy a crear humanos que seguro se lo cargan todo y así podré echarles a ellos la culpa de todo lo que pase. Para eso les regalo el libre albedrío, ¿no? Y ya lo dejo ahí, que una Diosa también tiene derecho a descansar...
Claro que el mundo de ese dios invisible en el que yo no creo ha acabado resultando bastante bizarro. El mío seguro habría resultado más aburrido pero mucho mejor organizado... Casi que me quedo con lo que hay...
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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