La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

sábado, enero 21, 2006

Barcelona

Apenas tres horas en coche me separan de Barcelona. Dardo conduce y yo, que apenas he dormido todavía, trato de mantener un sucedáneo de conversación. En la radio suenan Van Morrison, Elvis Presley y Queen. Vuelvo a casa...
No hay ningún lugar en el mundo en el que me sienta más en casa que en Barcelona. Más incluso que en mi propia ciudad. Desde que era una niña, no recuerdo un sólo año de mi vida que no haya visitado la ciudad condal. Allí tengo familia, amigos y algunos ex. Muy buenos recuerdos y algún que otro momento a olvidar.
Barcelona me acoge siempre con los brazos abiertos y me llena de luz. Toda la ilusión que me contagia y que luego, cuando abandono la ciudad, tarda en desaparecer. Es el lugar en la que me siento más querida, más entendida, más respetada...
Y claro, esta vez no podía seguir eludiendo a mi voz interior y me quedo en casa de Nus. Dardo me lleva en coche y se supone que regreso a casa el miércoles o jueves en autobús. En el coche, de camino, ya voy sintiendo como me invade la sensación de absurda felicidad que me provoca la visita y le voy recordando a mi masajista las mil anécdotas que le he contado ya de mis viajes a Barcelona.
Mi última visita no fue también como esperaba. Escapé como un relámpago para pasar un fin de semana con un amigo y acabé largándome con un ataque de mala ostia brutal porque sus excesos le hicieron cruzar la línea que separa la confianza del respeto. Además, los ultimátum y las amenazas no suelen funcionar conmigo.
Reencontrarme con Barcelona es como encontrarme a mí misma. Además, vuelvo a hacer de la visita a la ciudad una visita a mis viejos amigos, que tan abandonados tenía. Ellos me conocen desde hace tanto tiempo que recuerdan a todas las personas que he sido. Ellos saben quien soy, casi mejor que yo. Llego cansada del viaje. Desde la fiesta de anoche apenas he dormido un par de horas y teniendo en cuenta los verdes que tomé y la letra mayúscula, necesito descansar. Arrastro también un fuerte agotamiento nervioso, en parte por mis propios problemas, en parte por los ajenos en los que parece que últimamente me veo obligada a involucrarme. Y cuando llego a casa de Nus ese sentimiento se mezcla con la emoción del reencuentro y me derrumbo. Nadie dice nada, sólo nos abrazamos. Dardo y Fighter se dan el típico abrazo de machos, con palmadas en la espalda. Nus respira suave en mi cuello mientras me abraza y yo me hundo en su cálido pecho y cierro los ojos. Mis sentidos me traicionan y mi mente vuelve hacia atrás y de nuevo me siento anudada a esta mujer, que tanto me ha querido, a la que tanto quiero.
Los chicos me suben la maleta y Nus me la deshace mientras me duermo en su cama hasta que preparan algo de comida. Me despiertan con la mesa puesta y comemos mientras nos ponemos al día de las últimas novedades de cada uno y nos reímos con viejos chistes y bromas que son muy nuestras. Hace más de ocho años que conozco a Nus, casi diecinueve que conozco a Dardo y a Fighter le conozco desde que tenía diecisiete años. Todos hemos cambiado estos años, todos hemos evolucionado y nos hace gracia recordarlo. De todos modos, cuando estamos juntos siguen siendo mi gente, los de siempre, como si nada hubiera cambiado desde el momento en que nos conocimos. Y pienso en la gente que ha entrado y salido de mi vida y me quedo unos segundos mirando al vacío. Pienso en la gente que nunca saldrá de mi vida, de mi corazón, y se me escapa una risita boba.
La que me mira desde el espejo conoce a mis amigos.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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