La lista de la compra
Me acompaña la Diva a hacer la compra. Antes era yo quien le acompañaba siempre para ayudarle con las bolsas. Ahora es ella quien viene para tener la excusa de las compras y aprovechar para tener una charla ocasional.
Suelo cumplir las instrucciones dadas para ir de compras. Nunca voy con el estómago vacío ni con la tarjeta de crédito. Aprovecho para ir cuando tengo poco tiempo para no caer en las tentaciones de la compra compulsiva. Suelo llevar una lista detallada y ordenada por prioridades de lo que realmente necesito.
Trato de organizarme para no malgastar tiempo ni dinero en la obligación mensual de ir de compras. Casi todo lo compro en los dos supermercados más próximos a mi domicilio. Pero también me gusta comprar algunas cosas en las pequeñas tiendas de barrio. Me gusta llegar a un local abarrotado de mercancías en el que la persona que me atiende me llama por mi nombre y sabe, sin que yo se lo diga, qué tipo de comida come Judas, cómo me gusta que corten el fiambre, si me gusta el pollo muy hecho, si las fotografías las quiero con brillo o mates, cuál es el punto justo para apretar las patillas de mis gafas, cómo quiero el refuerzo de las costuras, qué número de pie calzo, qué tipo de pintura me gusta más, si tengo o no herramientas compatibles, si los recambios de mi roller son de gel o metálicos, qué tipo de papel uso para forrar mis libros, qué periódico compro, qué revistas leo, si prefiero los tornillos de estrella o cuántas conexiones usb tiene mi ordenador, si me gustan las plantas verdes o con flores... Y no son amigos, simplemente gente del barrio que conozco de toda la vida, que siempre me han tenido por cliente y se han acostumbrado a darme ese trato personal que jamás te dan en un supermercado.
Mi lista de la compra de un mes a otro tiene pocas variables. Para las cosas prácticas, como los productos de limpieza o de higiene, la rutina diaria hace que sepa exactamente qué tengo que comprar cada mes, qué tipo de envase suelo elegir y qué uso voy a darle. La comida, en el caso de alguien como yo que apenas cocina, tampoco suele ser un problema. Mi dieta es poco variada y se compone en su mayoría de productos elaborados o de fácil preparación, lácteos, frutas y una cantidad variable de cocina tradicional que sale de mi congelador en pequeñas fiambreras de plástico y que originalmente viene de casa de la Diva, a la que sí le gusta cocinar. Mi fabulosa receta de sopa, ingerida únicamente en caso de gripe o de indigestión, se compone de caldo en tetrabrick, fideos y un par de pedacitos de jamón, acompañados ocasionalmente de una cucharada de garbanzos. Mi esplendida habilidad con el arroz no va más allá de hervirlo y saltearlo con ajo para acompañar el pollo. Mi increíble don con la pasta hace que me resulte imposible hacer dos veces la misma salsa sin que el resultado no varíe. Todo mi repertorio con el pescado se limita a hacerlo a la plancha o al papillote. De la carne mejor ni hablamos...
Cada seis semanas me toca renovar el frasco de perfume, el mismo desde hace casi tres años y medio. Cada veinticinco días hay que cargar el móvil. Cada cinco semanas hay que comprarle comida a Judas y cada tres, arena. Cada diez días me toca ir a la óptica a que me arreglen algún par de gafas, es lo que tiene llevarlas constantemente. Todos los meses me toca perder media hora en la Farmacia y quince minutos en la tienda de composturas.
Hace poco, la Perleta me decía, entre risas que le hacía gracia que pudiera ser al mismo tiempo tan previsible y tan imprevisible. ¿Qué voy a decir? Soy una persona de costumbres fijas, multimaníaca y bastante inestable. Así es el paquete de esta joya.
La que me mira desde el espejo anota en la pizarra del salón cuatro cositas que quiere que le compre el mes que viene.