La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

lunes, febrero 20, 2006

Caramelos

Me visita esta tarde Marujita Pérez. Se dio cuenta ayer, cuando estaba en mi casa, de que el bote que normalmente tengo lleno de Lacasitos en la mesa del ordenador estaba vacío y recordaba haberme oído comentar que había estado comiendo ositos de goma durante el fin de semana. Aparece con dos bolsas grandes, una de Lacasitos y otra de ositos de goma. Comprándome con dulces, como debe ser...
Los Lacasitos, por si alguien no lo sabe, son pequeños discos de chocolate cubiertos por una capa de azúcar de colores varios. Como los M&M´s clásicos. Es una de las típicas golosinas que asocias a la infancia. Cuando yo era pequeña no me dejaban comer muchos dulces. Tengo el vago recuerdo de los caramelos de fresa que nos daba el portero del colegio cuando acaba la semana, unos muy pequeños que te dejaban la lengua roja, los Drácula. De los adultos de mi familia me quedó el recuerdo de las violetas, unos caramelos de color malva con forma de flor que venían en cajitas transparentes y que se me dosificaban con cuentagotas. Cuando yo tenía que comprarlos con mi exigua paga, normalmente tomaba Sugus y chicles Bang Bang con los que me llenaba la boca y hacía globos. Supongo que fue entonces cuando adquirí la mala costumbre de tragarme los chicles.
En realidad, no me gustan mucho los caramelos aunque sí soy golosa. De todos modos, eso tampoco sería correcto, sería más justo decir que me gusta el chocolate. Siempre me han gustado más los sabores salados que los dulces. Aunque es cierto que soy lacto-dependiente, me gusta el chocolate y bebo verdes cuando salgo de fiesta, tan dulces que casi nadie más los toma.
Cuando era pequeña me gustaba más que me dieran caramelos que comérmelos. El hecho de recibirlos era una pequeña recompensa que rara vez me ganaba. No fui una niña obediente ni zalamera y el hecho de vivir siempre en mi mundo me mantenía muy alejada de los demás, lo que hacía que poca gente sintiera la simpatía necesaria como para premiarme con azúcar, o con cualquier otra cosa. A mi me educaron en el miedo y la vergüenza, con un estricto sentido del deber y la disciplina en el que difícilmente había un momento para premios y recompensas. Mi obligación era tener un buen comportamiento, obedecer y no replicar. Si era mi deber, no merecía una compensación por ello. Si no hacía lo que se esperaba de mí, era castigada. Simple lógica.
A veces me han comentado que el hecho de no haber podido disfrutar de mi infancia hace que sobrevalore la bonanza de ese momento vital o que tenga pequeñas regresiones que me hacen comportarme de un modo infantil. Se dice que durante la infancia se sientan las bases de nuestra personalidad de adultos. No sé hasta que punto se trata de un proceso evolutivo. No sé hasta cuando voy a ser la consecuencia de dicho proceso...
Marujita Pérez me trae Lacasitos y ositos de goma y se me sale la sonrisa de niña boba con uniforme de colegiala de la cara. Me los trae porque sabe que me gustan, porque se ha dado cuenta de que ya no me quedaban. Y tiene este tipo de detalles bobos porque quiere sacarme una sonrisa, porque le importa. Y no tengo la certeza de hasta que punto es flirteo o cortejo pero cuando sonrío soy mucho menos paranoica.
La que me mira desde el espejo sólo se come los Lacasitos de color añil.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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