La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

martes, octubre 18, 2005

Poner la otra mejilla

Va en contra de mi naturaleza. No importa cuantas veces lo intente. Me preparo para que no me ofendan pero, cuando lo hacen, me desconcierto y me desbarato, incapaz de razonar. Tras el shock inicial paso por las fases típicas: niego los hechos, los asumo, me culpabilizo por mi ingenuidad o mi exceso de confianza, detecto el grado de culpabilidad ajeno, maquiavelizo una venganza...
Normalmente, cuando alguien abusa de mi confianza o me demuestra de algún modo desinterés o falta de respeto, suelo sentirme rechazada, humillada y culpable. En cierto modo me culpo de no ser lo bastante hábil como para detectar el tipo de personas que me pueden hacer daño o las situaciones en las que puedo salir perdiendo más. El hecho de no conseguir que otra persona se interese lo bastante por mí como para mostrar unos mínimos de respeto y consideración, me hacen encogerme como un gusano. Eso hace que a veces, yo misma me humille tratando en vano de llamar la atención ajena o que malgaste mi energía preocupándome por gente a quien no le importo lo más mínimo.
Luego me enfado yo sola y me siento estúpida y ridícula. Me juro que no me va a volver a pasar y que me vengaré terriblemente. Bien sé que mi naturaleza pacífica (y un voto de no violencia que le hice a mi loca favorita hace unos años) me impiden vengarme, ni tomar ningún tipo de acción física en contra de quien me hiere. Entonces me repito como un mantra que, ya que me han ofendido una vez, no dejaré que me ofendan más. Esta es la última vez. Pero deben ser los restos de mi educación católica que me han dejado algún tipo de poso perverso y me obligan siempre a poner la otra mejilla. Eso siempre es un error. La primera te la dan por ingenuo, por no verla venir, pero si pones la otra mejilla, la segunda te la dan por idiota, por no apartarte a tiempo, por venirla a buscar.
Quien quedó conmigo el domingo y me dejó plantada, me ha enviado hoy dos sms disculpándose. No sé que tipo de respuesta esperaba aunque imagino que la mía no ha debido de gustarle. Tampoco a mí me gustó esperar un domingo de resaca en la calle, pasando frío durante más de cuarenta minutos sin que se tomara la molestia de avisarme de que no vendría. Y más después de lo que había insistido en quedar conmigo.
Al final, lo de siempre, la gente de la noche siempre es igual. No te puedes fiar de nadie y no vale la pena intentar forjar ningún tipo de vínculo con ellos. Todo lo que parece que puede interesarme de una persona o que a una persona pueda interesarle de mí, se desvanece en cuanto el efecto del alcohol y otras sustancias desaparece.
La que me mira desde el espejo me acaba de knockear con un doble crochet.

Salir del armario

Últimamente cada vez que pongo la televisión tengo que soportar el mono-tema de los homosexuales saliendo o siendo sacados del armario. Empieza a aburrirme ya la historia y sospecho que tiene más que ver con una moda que con una señal de avance social y tolerancia.
Partimos de la base de que las diferentes tendencias sexuales no determinan la calidad de una persona y que pertenecer a una de ellas no supone en absoluto nada bueno o malo. Aclaramos también que no es nada nuevo ni electivo, que forma parte de los instintos naturales (como ser diestro o zurdo), que no es señal de salud o enfermedad, ni está asociado a ninguna otra característica del individuo.
Me niego en redondo a aceptar el término "antinatural" para los homosexuales, la ciencia demuestra que la práctica totalidad de las especies animales (en especial los mamíferos) tienen individuos que practican la homosexualidad. La O.M.S. hace bastantes años que eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Del mismo modo también reniego de la corriente que asocia la homosexualidad a las artes, como un colectivo especialmente dotado. Es cierto que hay en las enciclopedias muchos artistas y pensadores que se catalogan como homosexuales. De todos modos, es un porcentaje ridículo comparado con la cantidad de artistas y pensadores que se catalogan como enfermos mentales. Digamos que es cierto que las personas con una inteligencia superior o una especial sensibilidad artística suelen sentirse diferentes al resto de la comunidad y en muchos casos eso les hace entregarse a los ejercicios solitarios de expresión cultural o a los estudios intensivos, lo cual se manifiesta en una actividad mental o artística más prolífica.
Durante los últimos años, he sido testigo de una salida en masa del armario de todo tipo de personajes. Aves presas de su secreto que abrían las alas fuera de su jaula. Los movimientos de liberación de la mujer, de la igualdad de derechos entre razas y de tolerancia a las distintas tendencias sexuales se dieron hace unas décadas de modo coincidente. Y ya parecía casi un delito negar a cualquier minoría su igualdad. Lo de minoría es un decir en según que casos, por ejemplo, a las mujeres se les da el trato y la reivindicación social de minoría discriminada cuando componen el 52% de la población mundial. Pero me desvío del tema, vuelvo.
De repente nos encontramos con un curioso giro del destino. Y no es una vergüenza ser homosexual, si no un orgullo. Todos los que durante años habían tenido que sufrir humillaciones y vejaciones varías si lo confesaban, se convertían de repente en una especie de héroes de los derechos civiles. Los que por miedo a las reacciones ajenas lo callaban, daban un paso al frente y confesaban a voz en grito. Y de repente se pone de moda lo "gay". El pink power y toda su parafernalia. De repente salen homosexuales hasta de debajo de las piedras, todos muy orgullosos de confesar. Las artes y las ciencias se contagian y salen cientos de estudios sobre la homosexualidad, sus causas y consecuencias. Aparecen poderosamente en los medios de comunicación, actores, músicos, diseñadores... La estética de ghetto minoritario se acaba convirtiendo en una ola que salpica a toda la sociedad. Parece que lo raro es ser heterosexual...
Es sin duda una gran campaña de marketing. Los hombres heterosexuales se sienten amenazados y contraatacan a esa moda con términos como "nuevo hombre" y "metrosexual", una respuesta del verdadero poder viril ante el ataque a su dominio que los homosexuales suponen. La Iglesia católica se lleva las manos a la cabeza y anuncia un apocalipsis de los valores tradicionales.
No nos engañemos, es una trampa. La cultura homosexual está siendo utilizada como una moda y pasará, como pasó con todo ese rollo del europeísmo cuando quisieron convencernos para entrar en la Unión Europea. La gente heterosexual no es tan mayoritariamente tolerante como los medios de comunicación pretenden hacernos creer. Todavía hay mucha gente que se resigna a soportar la invasión gay porque no le queda otro remedio, porque es lo políticamente correcto, no porque realmente estén convencidos de que da igual con quién te acuestes. Y no importa que se legalicen las bodas homosexuales, para muchísima gente siguen sin tener un valor equiparable al de un matrimonio normal (entiendase "heterosexual"). Aunque estén saliendo a la luz las familias homoparentales, la mayoría heterosexual sigue pensando que los hijos deben criarlos su mamá y su papá ( aunque en la práctica la figura de autoridad paterna en las familias heterosexuales es mayoritariamente simbólica y en muchos casos ausente) y no ese nuevo invento de comprar niños para disfrute de homosexuales que quieran jugar a las casitas.
El fenómeno "mariliendres" ha hecho que todas las chicas cosmopólitan (entiéndase "pseudo-feministas superficiales") hayan decidido que está de moda tener amigos gays. Eso les da otra categoría, demuestra su alto grado de modernidad y de tolerancia, les permite hacer incursiones en el complejo mundo de la mentalidad masculina sin sentirse amenazadas por la presión del deseo sexual de un amigo heterosexual. Y se convencen de que un homosexual es como una amiga del instituto, con quien puedes ir de comprar y hablar de chicos, que te da consejitos sobre la ropa, llora contigo viendo películas de Julia Roberts y se sabe las coreografías de todas las giras de Madonna...
¿Es ese el precio por ser considerado "normal"? ¿Dejarse utilizar como objeto?
No nos olvidemos de que, a pesar de que la Constitución ya reconoce una igualdad de derechos plena, sigue siendo habitual que se discrimine a los homosexuales y se les ridiculice. Siguen siendo el colectivo con un mayor índice de suicidios en la adolescencia. Se sigue utilizando como argumento su tendencia sexual a la hora de litigar por la custodia de sus hijos. En muchas empresas se utiliza el hecho de ser gay como una característica negativa a tener en cuenta. Todavía son objetivo de primer orden a la hora de recibir palizas de los skinheads.
Y hay otro factor a tener en cuenta. La moda de lo gay, no incluye mujeres. Está de moda ser gay, no está de moda ser lesbiana. Sigue utilizándose como algo despectivo. Mientras que los cantantes, actores, bailarines y diseñadores salen del armario a la carrera, ellas se callan y n dicen ni mú. No es que haya más gays que lesbianas, es que volvemos al tópico de siempre, la mujer en un segundo plano, incluso en esto. Y ellas se callan porque tienen m´s que perder, porque son socialmente más vulnerables, porque pueden pasar desapercibidas más fácilmente. Y es que ellos se enfrentan a que se ponga en duda su hombría pero ellas se enfrentan a la doble prueba, por un lado, como homosexuales y por otro como mujeres. El hecho de que ellas confiesen, no solo puede acarrearles un rechazo discriminatorio sino que despierta el morbo.
En teoría, si no haces nada malo, no tienes porqué esconderte. En teoría, las distintas tendencias sexuales no determinan tu bondad y maldad. Pero cada uno, cuando lo hace público, sabe el precio que paga por ello. A algunos les sale gratis y a otros carísimo. Los hay que deciden cuando decirlo y otros que no pueden evitar confesar lo evidente. De hecho, en mi opinión, los que no confiesan hacen un flaco favor al resto. La gente que nos ve como a una minoría se llena de prejuicios por desconocimiento, porque sólo conoce el tópico. El hecho de hacer vida normal y vivir la propia homosexualidad como algo natural y sano, sin esconderse, sin faltarse el respeto a uno mismo, sin orgullo y sin vergüenza, hacen que el resto también te vea como alguien normal, alguien que merece respeto. De todos modos, sigo considerando la sexualidad como parte de la intimidad de cada uno y no creo que sea necesario que nadie se vea obligado a hacer público a la fuerza con quien se acuesta, cómo, ni porqué.
Y ahora parece que la nueva moda ya no es salir del armario (que ya hay más gente fuera que dentro) sino sacar a los demás. Esta acción, cuando lo realiza un heterosexual, me parece una ofensa, un modo vil de entrometerse en las vidas ajenas y cuando es otro homosexual quien lo hace, me parece una infamia cruel. Nadie tiene derecho a violar el sagrado derecho a la intimidad de otra persona y, que yo sepa, con quien te relaciones o con quien te acuestes o de quien te enamores, siguen siendo hechos no delictivos en este país, parte de la vida personal y privada de cada uno. Es más, el modo en que estás salidas se están realizando me parecen verdaderos atentados, dándole un valor morboso a la sexualidad de cada cual, apuntando con un dedo acusador como si se tratase de algo malo, de un secreto que oculta algo turbio.
A mi no me saca nadie del armario, no me da la gana. Con quien me acueste o me deje de acostar es sólo cosa mía y yo elijo, sólo yo, soy quien decido si lo cuento o no y a quién. Nunca lo he escondido, porque no creo que sea nada malo, ni es delito y, aunque en la religión en la que fui educada sí se considera pecado, el hecho de ser agnóstica me libera de ningún tipo de carga moral ni de culpabilidad. No hago daño a nadie, no engaño a nadie. No es el resultado de la presión mediática, no es una moda, no es consecuencia de ningún trauma infantil. Es lo que me dicta el corazón y las hormonas, y contra mi cuerpo y mi alma no hay quien luche. Y sí, soy bisexual. No es un experimento juvenil. No soy una lesbiana reprimida que se escuda en el término medio. No soy una heterosexual viciosa que juega con los sentimientos de la gente. Soy bisexual por ponerle un nombre a algo que para mí ni siquiera lo necesita. Yo soy yo y eso no varía, me he enamorado de hombres y de mujeres y me siento sexualmente atraída por personas de ambos géneros, sin que ello implique que juegue con la gente ni que necesite estar con dos personas a la vez. ¿Acaso alguien espera que me disculpe?
La que me mira desde el espejo entra y sale de mi armario, con mi agenda en la mano, mirándose al espejo, mirándome desde el otro lado...
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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