La carga de la Diva

Las aventuras y desventuras de la Diosa Odiosa, vida de milagro, y otras historias de The Eclectic Library...

domingo, septiembre 25, 2005

Fan Club

Anoche tropecé con mi club de fans. Ja. Me hace gracia, no lo voy a negar, y me pregunto qué diablos verán en mí y porqué se consideran fans. Me protestan porque no les menciono en este blog ( a pesar de decirles que ya lo he hecho) y me insisten en que quieren verse reflejados. Mi respuesta es la de siempre. Si quieres que aparezca tu vida en internet, escribe tu propio blog. Pero bueno, de todos modos, y sin que sirva de precedente, voy a hacer una mención especial a mis fans del Puerto de Sagunto, que me leen, me promocionan y sólo les falta pedirme autógrafos...
Me hace gracia, me perturba, me sube el ego, me genera una gran responsabilidad, saber cuánta gente lee este blog. Peor, aunque fueran menos, el hecho de que sean lectores fieles y lean todo lo que escribo, me descoloca. ¿Es el morbo de saber si escribo sobre alguien que conocen? ¿Es la vanidad de saber si escribo sobre ellos? ¿Es curiosidad por averiguar cosas de mí de las que nunca hablo? ¿O escribo tan puñeteramente bien que se enganchan? ¿O es por las citas y referencias que casi siempre incluyo? ¿Les sirve de algo? ¿Aprenden? ¿Reflexionan? ¿Les da qué pensar?¿Cuánto tardarán en cansarse de mí? ¿Por qué precisamente yo?
La que me mira desde el espejo me hace fotos y me pide un autógrafo...

El monstruo de ojos verdes

Shakespeare llamaba "el monstruo de ojos verdes" a los celos en "Otelo". Es la peor enfermedad del alma. No aporta nada nunca, nace del miedo y de la propia inseguridad. Destroza cualquier sentimiento amoroso, arruina la ilusión.
El amor te crece y te hace sentirte capaz de cualquier cosa, el odio te impulsa hasta los límites de tu propia capacidad. La vanidad te da seguridad, la codicia te hace ambicioso, la ambición te incita a luchar. Cualquiera de todos esos impulsos, positivos o negativos, te aportan algo que te hace moverte. Los celos, no, lo destruyen todo.
El que sufre de celos se siente inferior y cree que aquel a quien cela le engaña porque encuentra a alguien mejor. Sólo que todo el mundo parece una amenaza. Aquel a quien se cela parece un tesoro que todos quieren arrebatarte. Y apretas, claro... Hasta que el otro, por mucho que quiera estar contigo, se siente obligado a salir corriendo. Como un abrazo demasiado ceñido que te acaba haciendo daño.
Anoche fui testigo de una escena de celos. Me sentí muy incomoda porque me recordaba muchísimo a mi última relación de pareja y al modo en que mi otra mitad se acabó convirtiendo en un peligroso enemigo del que tuve que librarme para que nadie sufriera más de lo necesario.
Por cortesía obviaría mencionar ningún dato que identificase a las personas de las que hablo, pero si me leen, sabrán perfectamente a quien me refiero. Así que voy a pasar de complicar aún más mis textos con claves secretas. Baste con decir que se trata de dos personas que conozco y con las que habitualmente me encuentro cuando salgo de noche. Todos mis lectores saben de quien hablo.
Coincidimos anoche en Adn y nos saludamos brevemente. Después, comencé una breve conversación con la Profe, el sujeto paciente de esos celos. Era una charla totalmente inocente sobre la posibilidad de que yo vuelva a estudiar y mis distintas opciones. La Sargento de Aluminio, elemento celador me miraba con expresión amenazante y luego se marchó hacia el baño. Entonces, la Profe, me informaba de la presión que supone soportar los constantes reproches que origina el ataque de celos que padece quien le acompaña, de cómo le ha fastidiado muchas veces con esa doble vara de medir que hace que la Sargento de Aluminio pueda hablar con quien quiera pero que la Profe siempre esté bajo sospecha. Me explica que la Sargento de Aluminio no es exactamente su tipo pero que si está a su lado, será por algo. Yo sospecho que se trata simplemente de una pataleta nocturna porque ambos elementos de la pareja tienen la costumbre de coger ciegos de forma habitual cuando salen. Pero tanto detalle en alguien que no suele contarme confidencias me parece sospechoso, por lo menos. Cambiamos de tema y seguimos hablando del colegio, y me comenta alguna experiencia personal que yo tomo como un modo de aproximarse, de darse a conocer. Siempre me ha parecido evidente que la Profe carecía del interés en formar una pareja con la Sargento de Aluminio que evidentemente sí tenía dicho interés. Pero, al fin y al cabo, en todas las parejas, siempre hay uno de los dos que tiene más interés, ¿no?
La Sargento de Aluminio se aproxima y le murmura al oído (yo me aparto para dejarles hablar y a pesar del alto volumen de la música escucho perfectamente): "¿Vas a bailar conmigo o vas a seguir hablando con esta?" en un tono evidentemente amenazador. Yo me cruzo de brazos y me aparto más. Reconozco que es una persona que, a pesar del afecto creciente que me provoca, también me intimida porque sospecho que sí puede ser alguien físicamente agresivo. No me apetece nada que me partan la cara. La Profe se me acerca para comentarle lo que acaban de decirle y para informarme que su respuesta era que prefería seguir hablando conmigo.
Afortunadamente, el Vizconde Blazz acude a echarme un capote y empieza a darle conversación. Yo me aparto y me acerco a la Sargento de Aluminio para intentar tranquilizarle, aclarándole que simplemente estaba hablando, que tengo un profundo respeto por mis amigos y que soy absolutamente inofensiva. Se ríe y me intenta convencer de que confía en mi. Pero le estoy viendo mirar amenazadoramente al Vizconde y sé que no se fía de nadie.
La Profe y la Sargento de Aluminio se ofrecen a acompañarnos a la discoteca y el Vizconde Blazz y yo aceptamos. Pero en cuanto empiezan a bailar, le pido al Vizconde Blazz que nos vayamos, evitando posibles conflictos. Me despido con un gesto, renunciando a los dos besos de rigor para no echar más leña al fuego.
El Vizconde me comenta por el camino cómo la Profe le ha insistido en que no eran pareja y al comentar él aquello de "amistad especial", la Profe le repetía "no, no, amistad y punto"... A lo que el Vizconde Blazz me decía entre risas..."te van a sacar los ojos"...
Volvemos a encontrarnos en el D54, pero paso un par de veces de largo. Me da lástima no poder acercarme a la Profe, que al fin y al cabo padece doblemente de los celos ajenos, por un lado soportando la presión de la Sargento de Aluminio y por otro perdiendo la proximidad de las personas que preferimos no implicarnos.
Al acercarme a saludar a un amigo, me vi obligada a enfrentarme a la pareja de nuevo. Procuré evitar el contacto lo más que pude. Cuando ya me marchaba, me acerqué a despedirme. Frío, frío. Luego me acerqué a despedirme de mi Ezpozo (el Vizconde Blazz se había marchado un rato antes) y del niño que se encarga de la iluminación de la discoteca, que es un amor, por cierto. Estaba en la puerta de los baños cuando apareció la Sargento de Aluminio. En un más que lamentable estado, la cara hinchada y roja, sudando y temblando y con prisas para que le dejasen entrar al baño. Le pregunte si estaba bien y me ofrecí para echar una mano si le hacía falta, si yo podía hacer algo para que se sintiera mejor. Se limitaba a mover la cabeza sin decir nada. Diablo de Tazmania, como el de la Warner Bros Cartoons. Cuando salió del baño me pidió que le buscase al objeto de su tortura. Yo le dije que estaba donde estaban antes y me insistió en que le llevase allí. Me agarró de la mano para que no me escapara y en un momento, a mitad del camino, me adelantó y me condujo hasta donde el sujeto paciente le esperaba, lanzándome al llegar contra su víctima. Entonces le agarró por la cintura y a mí por los hombros en un pretendido abrazo a tres del que me desasí inmediatamente, plantándome enfrente con los brazos cruzados. Confirmé que me iba y salí disparada hacia la puerta, no sin antes ver como el hecho de que la Profe insistiera en quedar conmigo hacía que a la Sargento de Aluminio le salieran rayos por los ojos.
Antes de llegar a la puerta, la Sargento de Aluminio me adelantó y se plantó en la entrada sujetando la puerta. Le aparté y le hice soltarla porque estaba viendo la mirada de los porteros y el equipo de seguridad, que siempre se ocupan de mantener las puertas cerradas. Le dije que estaba aquí para lo que necesitase. Me dijo que no podía soportar más la situación. Le contesté que las cosas se verían distintas por la mañana y que hablando se soluciona todo. Me supo mal porque es alguien que me cae bien y lo estaba pasando mal.
El sujeto paciente salió como si nada, se despidió y se marcharon.
Cuando he llegado a casa le enviado un mensaje de apoyo a la Sargento de Aluminio.
Sea lo que sea lo que pase, no va a acabar bien.
 

Kontuz Kotzebue escribe para The Eclectic Library

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