En la salud y en la enfermedad
Me he pasado la noche en vela por un brutal ataque de tos. Para aprovechar el tiempo he estado revolviendo trastos en el piso. He tenido que frotar con una esponja mojada el mueble del salón porque estaba cubierto por una capa punteada de escayola e intentar desplazarlo más de un metro hacia la pared. No es fácil hacerlo normalmente, es un mueble bastante pesado, casi tres metros de largo, medio de profundidad y algo más de dos metros de altura. Mucho menos cuando son las cuatro de la mañana y pretendes no despertar a tus vecinos. Y si encima eres víctima de un resfriado y te sientes débil, moverlo supone un suplicio. Claro que la recompensa de ver como mi salón recupera casi tres metros cuadrados de espacio útil, valía la pena el intento.
Así que me he pasado la noche moviendo muebles, limpiándolos y llenándolos con los trastos que estaban en cajas y bolsas por el suelo. Y de paso recupero esa sensación mitad nostalgia, mitad ilusión de abrir paquetes, como en Navidad, cada vez que destapo algún paquete y descubro pequeños tesoros olvidados que no había visto desde que empecé la mudanza. En un frasco encuentro piedras de rió de Melides, mi Biblia comentada y anotada, cuatro cds de la Rounder Records, mi rana croadora, mis collares de santería cubana, una pelota de tenis firmada, piezas de ajedrez, el manual del scanner, la colección de "Carmina Burana" que me grabó un profesor de latín que me tiraba los trastos, los vídeos de "Playa de China", un corazón de cristal verde, pinzas de madera, un frasco de mascarilla de menta, las contraseñas de mi cuenta en ICQ con una lista de contactos, un par de libros de Wicca, mi gong, mis tres monos sabios de madera, un par de relojes de arena, un almohadón verde, las herramientas de reparación de la bicicleta... Eso hace que tarde una eternidad en ordenar las cosas porque cada vez que descubro algo, me quedo mirando como una boba, rememorando los recuerdos que me transportan, sorprendida por hallar objetos útiles que ya daba por perdidos...
Para volver al mundo de los vivos me resucita un ataque de tos con flema de esos que hacen que te retuerzas como un gusano. No sirve de nada beber agua ni zumo ni leche caliente con miel. El Fludan con codeína no me quita la tos pero sí me revuelve el estómago. No me apetece comer y no puedo dormir. En momentos como estos es cuando más echo de menos tener alguien que me quiera, cuando peor me sienta la soltería, una persona tonta que se ría de lo quejica que soy, que me haga zumo de naranja y caldo de pollo, que me arrope en la cama y me bese en la frente para comprobar si tengo fiebre. Alguien que se preocupe si doy vueltas en la cama porque no puedo dormir y que no me haga mucho caso cuando la fiebre me haga desvariar... Echo de menos la dulce sensación de importarle a alguien.
La que me mira desde el espejo se ha disfrazado de enfermera en plan película pornográfica y juega con el termómetro.
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