Dragón
Cuando cumplí trece años, las que entonces eran mis tres mejores amigas (y que han seguido en mi vida hasta hoy), me regalaron un colgante con un dragón de plata que sostenía entre sus garras una esfera de cristal que reflejaba con un simple rayo de luz todos los colores imaginables. Siempre lo llevo puesto.
Me transmite una seguridad que no me da ningún otro objeto. Cuando tengo miedo o estoy triste, si lo toco es como si cualquiera de ellas me mandase un abrazo. Cuando me enfado y quiero maldecir a alguien, lo froto suavemente. Cuando me dieron la paliza que casi acaba conmigo, obligué a la policía a esperar, antes de llevarme al hospital, hasta que lo encontré, pues en uno de los golpes se había roto la cadena que lo sujeta y había volado de mi cuello. Nunca me he sentido tentada a regalárselo a nadie. Es mío y siempre lo llevaré conmigo.
El dragón es la bestia de las bestias. En la cultura occidental se le identifica con el demonio, Satán. Cuerpo de serpiente, cabeza de perro, garras de león, alas de águila... San Jorge se encargaba de matarlo. Todos los caballeros tienen que matar al dragón. Es el mal. Pura tradición europea. En Asia, sin embargo, el dragón es fuente de sabiduría y bondad. Según la tradición, los doce animales que representan el zodiaco chino son los que acudieron a la llamada de Buddha, y el dragón fue el primero en acudir. Se suele considerar una bendición que nazca un hijo bajo el signo del dragón. En China, el dragón, representa al pueblo, a la gente. Es un valor positivo.
Me encantaba esa contradicción y por eso, desde que soy capaz de recordar, colecciono dragones, es uno de mis fetiches favoritos.
Ahora no lo llevo. Lo llevé a limpiar y como consecuencia de ello, la esfera que brillaba se ha caído, así que he tenido que enviarlo a reparar, a ponerle una nueva piedra. Un amigo me está haciendo el favor, ya que curiosamente su oficio es ese, de reparar mi dragoncito.
El amigo en cuestión es un tipo interesante. Si no fuera gay hasta me gustaría y todo. Cabeza rapada y perilla, brillantes ojos azules. Muy masculino, quizás un poco más alto me gustaría más. Sonrisa canalla... Pero lo más importante, un chico dulce y sensato, muy educado y con una fascinante conversación. Vino a recogerme anoche a las nueve y a las tres y media todavía estábamos de charla. Además, se me pasó el tiempo volando mientras estaba con él y probablemente, si no hubiera tenido que madrugar hoy, aún estaríamos hablando...
Todo un descubrimiento, la verdad, entre toda esa multitud de gente anodina que conozco por las noches...
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