L’eccezione
"Si dice che ad ogni rinuncia corrisponda una contropartita considerevole, ma l’eccezione alla regola insidia la norma." O eso cantaba Carmen Consoli...
Me encanta Carmen Consoli, como canta, como es...
Pues eso, que no hay cara sin cruz y que la excepción confirma la regla.
Siempre he aprovechado la ventaja de saber que los pocos que me querían se saltarían cualquier norma auto-impuesta, por mi. Ahora sé como se siente cuando te vence tu falta de voluntad en pro de tus anhelos. La mente sobre la materia, pero el corazón sobre la mente. Es así de ridículo, pero es así.
Anoche, sin lugar a dudas, cometí un innecesariamente estúpido error. Me falté a mi palabra, a mí misma, a algo que me había prometido no hacer y acabé haciendo. Intento marcarme unas pautas de conducta que me evitan muchos problemas siempre y cuando sea fiel a ellas. Sabía el riesgo que corría y aún así, como mi adorable Valmont, no pude evitarlo...
Ella quiere hablar. Siempre quiere hablar. Yo no, porque sé lo que me juego, porque sé lo que he perdido y no me arriesgo a una nueva apuesta. Marco mis normas y una de ellas me prohibe el contacto verbal por un tiempo. Es una prueba de confianza, pero también es una medida de auto-protección.
Ella quería hablar anoche pero no me lo pidió. Se limitó a demostrar cómo se sentía. Y yo sabía que si hablábamos podría calmarle, hacer que se sintiera mejor. No quería. Pero la noche anterior me hizo sentir culpable por el duro castigo que dice le impongo.
Me cuesta negarle nada pero sé el precio que pago por no hacerlo así que marco mis normas y no hablamos. Y punto. Pero anoche no me lo pidió y en su pataleta infantil vi su necesidad y no pude evitarlo. Abrí de un puntapié la puerta que hasta ahora sólo dejaba una rendija para que atravesara un hilo de luz. Y sé que ella no lo haría por mí. Pero una de mis normas es hacer las cosas que en conciencia o del modo más visceral tengo que hacer, independientemente de lo que hagan los demás.
Me salté mi regla y luego me sentí tan despreciablemente débil y vulnerable que me pasé la noche escondiéndome en mi coraza habitual. La carga de la Diva. Pasé la noche bebiendo sin parar, fingiendo alegría en saludos a gente que me es indiferente, bailando de un modo frenético. Intentando desconectar, intentando creer que me estaba divirtiendo. El resto de la gente estaba convencida de antemano. Es lo bueno y lo malo de tener una reputación. Sólo la Profe que me vió mojándome la cabeza en el baño se acercó a preguntarme si estaba bien. Y le mentí, por supuesto. Y evidentemente no me creyó.
No es sólo el orgullo vencido de ver lo fácil que resulta que yo ceda sino la anticipación de la catástrofe que vendrá, de una batalla sin armas en la que saldré, sin duda alguna, perdedora. Y la auto-confianza con que ella sabe que le bastan dos palabras para darme la vuelta y lo ridículo que puede resultar mi empeño en marcar una norma de distanciamiento cuando es obvio que me resulta imposible.
Soy una marioneta de mi falta de voluntad.
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