Polvos pica-pica
Anoche no me apetecía demasiado salir. Los acontecimientos de la noche anterior y mi aún no recuperado resfriado me pedían una noche de reposo en casa. Sin embargo en Café Deseo, acompañando a Kiwi Light, actuaba Carmen la Travesti, que es como mi tía y a quien yo había dado mi palabra de ir a verla. Una persona vale lo que vale su palabra y todo el mundo sabe lo que vale mi palabra. Así que me forcé a espabilarme y después de cenar, dando un paseo, me acerqué al local para ver el espectáculo.
Encontré allí a algunas personas conocidas. Estaban algunos amigos cubanos y mi club de fans de Puerto de Sagunto. Pero mi sorpresa fue encontrar a una pareja de viejos conocidos arrinconados al final de la barra. En realidad apenas los conozco aunque son de ese tipo de personas que sin apenas conocerles ya sabes que te apetecería conocer un poco mejor. Ellos me curaron momentáneamente mi desánimo dándome, en sentido figurado, una palmadita en la espalda. Me recordaron que todavía hay gente que se interesa por mí, que me considera alguien a quien vale la pena tener en su círculo de amistades, que puede aportar algo a los demás. Tanto él como ella me dijeron que desde que me conocieron habían tenido interés en que nos hiciéramos amigos pero que, como siempre, mi oclusividad frente a los desconocidos lo había impedido. Eso me hizo recordar que durante la merienda mi Espozo me había comentado que mi auto-estima estaba por los suelos últimamente. ¡Vaya novedad! Me encantaría ver a cualquiera de los que me vienen con esos cuentos pasando un día en mis zapatos. No es fácil, nada fácil, mantener el equilibrio cuando todo se derrumba a tu alrededor. Y no creo que, dadas las circunstancias, sea tan punible mi comportamiento.
Sí, es cierto que muchas veces me cierro a conocer a gente que me interesa y que me gustaría incluir en mi círculo de amistades. No es algo que haga de forma consciente. De hecho, intento darme a conocer y abrir todas mis puertas para que los otros puedan entrar. Pero mi auto-estima variable (y no baja, como dicen, ni alta, simplemente variable), me hace sentirme muy insegura con los desconocidos y, a pesar de dejar la alfombra roja para los que me quieren conocer, me limita la intención de acercarme. A veces porque dudo del interés ajeno y otras porque no quiero molestar. Quizás porque tantas veces he sido blanco de las críticas que no me apetece volver a ponerme en el blanco de la diana.
El proceso es sencillo, al menos mi técnica suele ser siempre parecida. Conozco a alguien, la mayoría de las veces porque me lo presentan o porque se acerca a mí, porque rara vez estando sobria me acerco a los desconocidos. La gente que no conozco me intimida y suelo sentirme muy violenta rodeada de extraños. Intercambio las cuatro frases de cortesía inicial y antes de la tercera ya me siento rara, ya tengo la sensación de que estoy hablando demasiado, que lo que digo no le interesa a la persona que tengo enfrente o que no estoy diciendo más que tonterías. A pesar de ello, si percibo un mínimo de interés, suelo dar la oportunidad a la otra persona de que me conozca mejor y le doy mi teléfono para que me llame si le apetece. Si la persona en cuestión utiliza esa oportunidad y me llama y trata de volver a verme, suelo acoplar mi horario para facilitar un nuevo encuentro y suelo dejar que sea el otro quien elija un lugar en el que se sienta cómodo. Si la otra persona no me llama, en un tiempo prudencial, le suelo enviar un mensaje como muestra de interés y para recordarle mi presencia. Dependiendo de la respuesta suelo darme más o menos ánimo en volver a ver a esa persona. Si no obtengo respuesta, asumo el desinterés ajeno como un hecho y doy el tema por zanjado. Cuando alguien en la noche me saluda de forma habitual pero no encuentra el momento de verme de día, suelo atribuir su cortesía al estado de ficticia alegría que dan dichas circunstancias y no a la empatía que pueda sentir por mi persona. Suele ser una circunstancia que me hace sentir poco apreciada y evito a la gente que se da de un modo tan superficial porque no me aportan nada y me hacen malgastar mucha energía positiva.
Acompañé a la pareja de ayer a Venial y estuve un rato hablando con ellos. Él es escultor, pintor y ella parece sacada de un cuadro renacentista. Siempre he tenido una conexión con el Artista, su sentido del humor bruto y sexual siempre me ha parecido hilarante. Según mi partida de nacimiento, mi padre también era escultor y supongo que eso también influye en la corriente de simpatía que me provoca este golfo canalla. Ella es pelirroja y yo tengo debilidad por las pelirrojas (quizás porque mi primera chica lo era) y su rostro inocente y aspecto virginal recuerda una Venus, una Madonna. Siempre me ha parecido tan apetecible como una manzana roja pero su condición de heterosexual me hacía descartarle por completo. Sus ropas hippies, su vocecita dulce, su mirada ingenua... demasiada tentación para cualquiera. Estuvimos hablando los tres, Artista, Musa y yo durante casi tres horas. De repente, ellos comenzaron a discutir y se acabaron marchando a casa.
Esperé a que terminase el show de Kiwi Light, acompañada aquí por la siempre brillante Eurogloria. Juntas forman una pareja perfecta y el sentido del humor de ambas es tan coincidente que encajan como piezas de un mismo engranaje. Aún me quede un rato más hasta que una voz masculina se ofreció a llevarme a casa. Y no diré quien fue porque podría afectar a terceras personas. El caso es que antes de llegar a mi casa me ofreció un recital de risas y sexo casual que hizo cambiar mi estado de ánimo como sólo la risa y el sexo pueden hacerlo. Polvos pica-pica, sexo y risas. Me sorprendió gratamente que alguien con quien nunca había compartido mi cuerpo tuviera esa habilidad para complacer sin interrogar. Y, aunque su aspecto no era comparable al del último hombre con el que yo compartía mi lecho, sí es cierto que sus habilidades técnicas y su intuición le hacían superior en cuanto a capacidad de dar placer, que, al fin y al cabo, es lo único que se espera de un amante ocasional. Antes de irse me hace prometerle que volveré a verle y yo lo hago con los dedos cruzados porque no me gusta condicionar mi deseo a la voluntad ajena y más cuando ya ando con alguien en la cabeza que me apetece infinitamente más. Es cierto que he disfrutado pero también es verdad que al llegar a casa estaba pensando en otra persona. Ese eterno triángulo que forma mi mente, mi corazón y mi cuerpo y que jamás se pone de acuerdo, siempre dejando en la base a uno de los tres y alternando a los otros...
La que me mira desde el espejo se está mirando en el espejo.
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